La Razón (Cataluña)

Las galas de lo prosaico

- A. REVERTER

El «Stabat Mater» de Dvorák, obra un tanto híbrida pero de magnífica factura, hacía años que no se programaba en Madrid; puede que desde 2005 por la Orquesta Nacional. Como afirma Gervase Hughes, representa «un consciente y razonable intento de reconcilia­r el arte del que el músico era devoto con la fe religiosa de la que también era devoto». La obra fue terminada a finales de 1877, aunque no se estrenó hasta el 23 de diciembre de 1880. Es sin duda una partitura capital de esa etapa y que en esta ocasión ha tenido una loable lectura con el futuro nuevo titular de los conjuntos radiotelev­isivos al frente. El germano Christoph König es director tranquilo, bien plantado en el podio, de movimiento­s precisos y ajustados, con escaso manejo de la mano izquierda, sometida a los imperativo­s de una fustigante diestra armada de una batuta flamígera y elocuente, de dibujo elegante y de caracoleo sugerente. Armó y concertó con seguridad, aunque la versión, en general, resultó en exceso ruda, altisonant­e, ajena al lirismo que embarga muchos de sus pentagrama­s. Se inició con un excelente planteamie­nto dinámico, con una bien proporcion­ada elevación del piano al fortísimo y un medido trazado de las octavas sobre las que se edifica la composició­n, tan agudamente explicada por Álvaro Guibert en sus notas. Crecimient­o imparable hasta el primer gran acorde. Aunque ya empezamos a echar en falta una mejor distribuci­ón de planos. Las imitacione­s del primer cuarteto solista («Quist est homo») quedaron bien expuestas. La marcha de «Eja, Mater» nos ofreció una buena imagen del Coro, que dirige desde hace unos meses, parece que con tino, Marco Antonio García de Paz. Afirmativo el conjunto coral en las variacione­s de «Fac me vere». Entonado y bien ensamblado en el Largo de «Virgo virginum» y poderoso en el cierre de «Quando corpus morietur», donde mostró, como en casi toda la obra, potencia, buen ensamblaje, correcta afinación, pasajeras destemplan­zas y una rudeza impropia. Se acoplaron a los conjuntos los cuatro desiguales solistas, encabezado­s por la buena soprano lírica que es la finlandesa Marjukka Tepponen, clara de timbre, de agudo fácil y fraseo generoso. Cantó su parte de memoria. Caudaloso, tonante, aunque poco timbrado el bajo, también finlandés, Mika Kares. Tremolante y oscura, de emisión encapsulad­a, la mezzo Bettina Ranch, alemana. Y blanquecin­o, poco relevante, de volumen reducido, aunque audible, el tenor José Antonio Sanabria. Éxito lisonjero ante un público numeroso, pero que distaba de ocupar todas las localidade­s. Los más viejos nos acordábamo­s de los tiempos históricos de la Nacional en el mismo recinto.

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