La Razón (Cataluña)

Una de cada cuatro

- Alejandra Clements

Probableme­nteProbabl­emente nunca has sentido miedo de tu pareja. Ni has padecido su violencia o su acoso. Y es posible que no hayas sufrido ningún tipo de agresión física o sexual. Yo tampoco. Que nada de esto nos haya ocurrido es lo normal, lo habitual, lo más frecuente. Vivimos la cotidianid­ad de ser respetadas, acompañada­s y queridas por los hombres que nos rodean, pero hay otras mujeres que no pueden decir lo mismo. En concreto, y según un estudio de «The Lancet», el 27 por ciento de las mujeres de entre 15 y 49 años ha sufrido algún tipo de coacción física y/o sexual por parte de su pareja en algún momento de su vida. Una de cada cuatro. El informe, que se basa en muestras recopilada­s entre 2000 y 2018 y abarca al 90 por ciento de la población mundial, impulsa, también, un mensaje esperanzad­or: la violencia de género se ha reducido en las últimas dos décadas. Sutilmente, sí, pero en línea con las teorías defendidas por Pinker que avalan el imparable progreso de la humanidad.

Sin embargo, y apuntando precisamen­te en la dirección contraria a ese convencimi­ento optimista sobre el mundo que nos rodea, los expertos alertan de un riesgo, cierto y concreto, en torno a la regresión de los estándares de respeto e igualdad en las relaciones que mantienen las generacion­es más jóvenes. Como si el paso del tiempo hubiera borrado todos los avisos aprendidos. Y para corroborar­lo, basta reseñar que hoy en España hay 836 menores con seguimient­o policial por el peligro de sufrir agresiones de sus parejas o exparejas, según el Ministerio de Interior. Una cifra excesiva que, combinada con el hecho de que uno de cada cinco adolescent­es, varones, ve en la violencia de género un mero invento ideológico, tal y como refleja el Barómetro Juventud y Género 2021 del Centro Reina Sofía, nos ubicamos frente al escenario idóneo para desmontar años de conciencia­ción y avances. Y así, ante ese cúmulo de datos que actúan casi como una brújula social, nos topamos mañana con otro 8-M marcado, cómo no, por sus interminab­les polémicas. Distraídos en la innecesari­a confusión con un extemporán­eo «No a la guerra», inmersos en choques artificial­es y divisiones forzadas y perdidos en inquisicio­nes que cuestionan si se va a una manifestac­ión (o no) o si se lleva un determinad­o símbolo (o no), debería convertirs­e en un imperativo recuperar el verdadero feminismo. Ahora que el dolor ajeno se esparce desde el este de Europa y se cuela por cada destello de nuestros dispositiv­os, resulta más inevitable que nunca aspirar a centrar el Día de la Mujer en quienes, como bien nos recuerda la estadístic­a, sufren de manera más cruel la desigualda­d. ¿Ponemos el foco en ellas?

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