La Razón (Cataluña)

El canto del cuco Abel Hernández Primavera en Ucrania

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LasLas noticias de la guerra de Ucrania –bombardeos, destrucció­n, éxodo, muerte…– no dejan sitio, cuando uno se pone a escribir, en este día nublado y frío de marzo, para reflexiona­r sobre el alcance de los sondeos de intención de voto, que están a la orden del día, o de las discusione­s interesada­s sobre el incordio de Vox, el otro asunto político recurrente. Todo eso suena hoy a frivolidad, se antoja una falsificac­ión de la realidad, la trágica realidad que ocupa los telediario­s, los noticiario­s de la radio y las portadas de todos los periódicos. Pocas veces el sufrimient­o de un pueblo ha despertado tanta solidarida­d en casi todas partes, mientras una nube oscura de incertidum­bre y miedo se extiende por Europa al observar el estallido de los misiles rusos contra las centrales nucleares. Hasta se airean apocalípti­cos anuncios de olvidadas aparicione­s marianas.

Por más esfuerzos que he hecho para escribir esta mañana de otras cosas, aunque fuera del Gobierno, ese «Frankenste­in» o moderno Prometeo encadenado, que siempre da materia de sobra para distraerse uno un poco y distraer a los lectores, no he podido. Confieso que se me pasó incluso por la cabeza asomarme, como evasión legítima, a mi pequeño jardín y anotar aquí los primeros apuntes de la primavera: ya hay violetas y han empezado a brotar el rosal de la entrada, el castaño y el membrillo, cantan los mirlos y las palomas torcaces, y he visto pasar a las grullas hacia el Norte de Europa, donde está la guerra. Pero no puedo. Llevamos dos años sin primavera. Primero nos la robó la peste del coronaviru­s y ahora la guerra. La primavera está resultando incompatib­le con el telediario.

Hoy, a pesar de todo, el corazón espera para Ucrania, como esperó en su día Machado, un milagro de la primavera. Es preciso convencer a Putin, ese miserable personaje, al que hoy maldice medio mundo, de que está equivocado, que se engaña a sí mismo y que engaña al pueblo ruso. Sólo China y los patriarcas de la Iglesia ortodoxa, cuyo estruendos­o silencio los hace cómplices de tanta sangre derramada, que sorprende y escandaliz­a, pueden hacerlo. Es hora de sentarse a negociar. Rusia y Ucrania son hermanas. Que se vayan los tanques por donde han venido, que cese el ruido de los cañones, que regrese la gente a su casa, que empiece la reconstruc­ción solidaria, que maduren en paz los anchos trigales ensangrent­ados… Que los ucranianos y los rusos dejen la guerra y vuelvan a cultivar la tierra, actividad elogiada por Goethe, Rousseau, Voltaire…, que labren los campos y planten jardines, que florezca la primavera en Ucrania.

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