Lo poético, lo ancestral y lo bullicioso
Un programa insólito el que tenía en sus manos el director musical del Teatro de la Zarzuela, Guillermo García Calvo, que se ha vuelto a encontrar aquí con la orquesta a la que suele dirigir en el foso de ese coliseo. El gesto amplio y armonioso del director, que, como tantos hoy en día, no utiliza batuta, es comprensible y didáctico, cercano y claro, lo que ayuda a establecer la unión y a que no haya graves problemas de balance. Así se pudo comprobar en la «Obertura Rosamunda» (del «Arpa mágica») de Schubert, que sonó plena, robusta, bien organizada desde los solemnes acordes del «Andante».
Los dos temas del «Allegro» en forma sonata se expusieron de manera vívida. Echamos en falta de todos modos una mayor flexibilidad rítmica, un balanceo más cordial, una dosificación de dinámicas más delicada. Enseguida se nos ofreció el «Concierto para flauta y arpa» de Mozart, interpretado con gusto, cuidado y elegancia por dos magníficos instrumentistas, el arpista francés Nicolás Tuillez y el flautista gallego André Cebrián. feras ora crepitantes ora delicuescentes en combinación con instantes en los que las maderas elevan su chirriante canto. Todo se recoge súbitamente de manera muy poética. La Interpretación nos pareció de altura. El concierto daba cima con una composición situada en otro universo, más bien efectista, aunque bien hecha, debida al sueco Kurt Atterberg y su Sinfonía nº 6. En los «fugati» del «Vivace» final advertimos una semejanza con el tema de la «Marcha al suplicio» de la «Sinfonía Fantástica» de Berlioz. Todo pareció sonar en su sitio.