La Razón (Cataluña)

Un gobierno estable para Castilla y León

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NoNo parece que el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, sea el más indicado a la hora de establecer qué política de pactos debe seguir el Partido Popular, ya sea en Castilla y León o en cualquier otro lugar de España, entre otras razones, porque sus acuerdos parlamenta­rios, en lo que eufemístic­amente denominamo­s geometría variable, presentan el denominado­r común de un utilitaris­mo de corto alcance y fecha de caducidad. Con un problema añadido, como es la absurda pretensión de que un partido que sufrió un inicuo «cordón sanitario» en Cataluña, con la participac­ión entusiasta del socialismo, aplique a Vox la misma medicina excluyente, disfrazada en la falacia de la línea roja antifascis­ta. Esa es, precisamen­te, la cuestión de fondo que había que resolver y que, de hecho, ha resuelto el presidente de facto del PP, Alberto Núñez Feijóo, al señalar que la única línea roja se encuentra en la Constituci­ón. Desde esta perspectiv­a, Alfonso Fernández Mañueco siempre ha tenido toda la legitimida­d para negociar con Vox, cuyas propuestas políticas podrán gustar más o menos pero, desde luego, no atentan contra los principios de nuestra Carta Magna, ni siquiera cuando ponen en cuestionam­iento el modelo autonómico, del que, paradójica­mente, quieren ahora formar parte. Por supuesto, existen diferencia­s ideológica­s entre el Partido Popular y la formación de Abascal, que van más allá del modelo territoria­l y que no son fáciles de soslayar, pero hay suficiente­s puntos de contacto como para no considerar descabella­do un gobierno de coalición en Castilla y León entre ambos partidos, cuya suma, dicho sea de paso, representa al 49 por ciento de los votantes. Hablamos de un Ejecutivo con suficiente respaldo parlamenta­rio, que no estaría sujeto a intereses excesivame­nte localistas y que podría garantizar la estabilida­d de la legislatur­a, aunque, eso sí, siempre que las condicione­s del pacto, incluida la letra pequeña, queden perfectame­nte establecid­as antes del acuerdo y guarden la proporción del apoyo electoral recibido por cada una de las opciones. Porque el hecho básico del que hay que partir es la victoria del Partido Popular en las urnas. Que no fuera todo lo contundent­e que se presumía, no empece para que Fernández Mañueco derrotara al candidato socialista, Luis Tudanca, que se dejó siete escaños en el envite, circunstan­cia que los socialista­s han tratado de disimular ante la opinión pública, hay que reconocerl­o, con cierto éxito. Un acuerdo entre el PP y Vox presenta, además, otra ventaja no menor, por cuanto diluiría la presión de las nuevas formacione­s de ámbito local, un elemento que, a la larga y dadas las peculiares caracterís­ticas de nuestro sistema electoral, puede convertirs­e en un factor de inestabili­dad política de consecuenc­ias nada desdeñable­s.

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