Kyūbi, o el demonio que se «escapó»
NoNo queda tragedia sin pedir cita. Todavía con una pandemia en desarrollo y con el horror bélico resonando en el este de Europa, la mitología nos quiere dar un susto más. Esta semana, tal y como vienen reportando varios visitantes a través de sus redes sociales, algo ha cambiado en el paisaje del distrito de Nasu, a unos kilómetros de Tokio: la piedra Sessho-seki (literalmente, «roca asesina») se ha partido en dos. El accidente geográfico no tiene mayores consecuencias en lo terrenal, sobre todo en una orografía tan compleja como la japonesa, pero resulta que el azufre solidificado, en el folklore nipón, era la «jaula» mística de la legendaria Tamamo-no-Mae.
A medio camino entre la leyenda y la sucesión histórica, se cree que su figura está inspirada en una cortesana del siglo XII que, en misógino relato, habría intentado acabar con la vida del Emperador Konoe por una cuestión de celos. Como castigo divino por sus actos, su alma habría sido transfigurada en un kuybi, los zorros de nueve colas que pueblan la mitología del país del sol naciente. Muerta sin arrepentimiento, según el mito budista fue encerrada en una roca —que ahora se ha partido— y ahí se había mantenido hasta estos días, en los que ha conseguido «escapar» para sorpresa de los habitantes y curiosos. El origen del mito geográfico, según los expertos que se han acercado a la historia de Tamamo-no-Mae, bien puede proceder del propio origen volcánico de la roca. Los restos de azufre del legendario yacimiento, durante siglos, pudieron desprender gases tóxicos y corrosivos que, en efecto, acabaran con la vida de aquellos que se atreviesen a acercarse o a tocarla.
Popular en la iconografía gracias a los cuadros de Katsushika Hokusai, del siglo XIX, o más recientemente por reinterpretaciones en animes como «Naruto» o videojuegos como «Sekiro» o «Ghost of Tsushima», el relato de Sessho-seki y Kyubi se inscribe en la tradición japonesa de los Kitsune. Espíritus protectores, normalmente de manantiales o bosques, juegan el papel que la tradición grecorromana otorgó a las ninfas y sirenas, atrayendo a los viajeros y exploradores hacia acertijos imposibles y rompecabezas de difícil solución. Es ahí donde se mezclan las dos vertientes sociopolíticas del cuento: la que habla del poder de atracción femenino como un mal, como una especie de cualidad indeseable, y la del apego por la propia tierra en lugar de la que está más allá del horizonte. Hay historiadores, incluso, que afirman que los relatos que envuelven a kitsunes son la base de la propaganda política del imperio, que las utilizó siempre como material de adoctrinamiento a través de los versados en la biwa, el instrumento tradicional que hacía las veces de lira de pueblo en pueblo y de isla en isla.
A la espera de una invasión alienígena que viniera a poner un broche de oro a nuestra existencia como civilización, el mito de Kyubi y la piedra asesina también esconde un interrogante en materia de conservación: ¿Qué se hace con un monumento cuando es natural y se «rompe»? ¿Se restaura? ¿Se traslada para su mejor conservación? Que decidan los yokai.