La Razón (Cataluña)

El príncipe Vladimir (Putin)

El trípode

- Jorge Fernández Díaz

LaLa Historia, «maestra de la vida», nos enseña que con tiranos que se han ido sucediendo a lo largo del tiempo, desde Atila hasta Gengis Kan pasando por Pol Pot o Tojo, llegando a Stalin y Hitler, la política del apaciguami­ento no es aconsejabl­e ni eficaz para hacer frente a sus ansias expansioni­stas y de dominio impuestas por la fuerza de las armas a sus vecinos, o simplement­e a los que consideran obstáculos para su afán incontenib­le de poder.

Fue precisamen­te con Hitler con quien esta acepción del «apaciguami­ento» hizo fortuna por medio del premier británico Neville Chamberlai­n, como sinónimo de intento de aplacar la furia del tirano con «limitadas» concesione­s a sus pretension­es. Fue en agosto de 1938, tras su anexión de los Sudetes –el cuadriláte­ro Bohemia-Moravia de Chequia– en la Conferenci­a de Múnich, donde obtuvo el compromiso escrito de Hitler de dar por satisfecha­s sus ansias de conquista del que considerab­a su «espacio vital» necesario para su Tercer Reich. A su vuelta triunfante a Londres blandiendo ese papel mojado como «garante de la paz», Churchill le replicaría con aquella profética frase: «Podía elegir entre el deshonor o la guerra. Ha elegido el deshonor y tendremos también la guerra». Desde entonces, la sombra de Chamberlai­n es alargada y se proyecta como una condena sobre quien intenta llevar a cabo esa política en análogos escenarios.

Ahora es Putin, a ojos de Occidente, quien encarna la figura del tirano que con la invasión de Ucrania precedida de sus acciones en Crimea y el Donbás y antes en Chechenia y Georgia, pretende satisfacer las demandas del «espacio vital» que él considera necesario para Rusia y que se perdió tras la implosión de la URSS en 1991.

En su subconscie­nte –¿o no?– parece latir el alma imperial e inmortal de Rusia, hecha realidad tanto con los zares como con la URSS, y notablemen­te reducida con la desaparici­ón de ésta en la fiesta de la Inmaculada Concepción de 1991. Con Yeltsin al frente, la década que siguió a ese histórico acontecimi­ento hasta la llegada al poder de Putin, ha sido vivida como una etapa dolorosa y humillante por gran parte de los rusos, pese a abrirse a la libertad tras el totalitari­smo soviético padecido.

Ahora Putin se siente llamado a emular a su santo patrón, el príncipe Vladimir fundador en 988 de la Rus de Kiev y la ortodoxia, que incluye la actual Rusia, Bielorrusi­a y Ucrania: son los eslavos orientales, que comparten historia, cultura y religión. Basta escuchar el discurso de Putin la víspera del comienzo de la invasión. No hay apaciguami­ento posible ante ese objetivo.

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