La Razón (Cataluña)

McDonald’s: el fin de la «diplomacia capitalist­a»

► La salida del icono amarillo de Rusia lidera el éxodo de grandes cadenas de consumo de EE UU del país por la guerra ilegal de Ucrania. Su apertura en 1999 fue un símbolo de la Perestroik­a

- Antonio Navarro.

McDonald’sMcDonald’s se marcha de la Federación de Rusia, uniéndose a otras marcas extranjera­s que pretenden manifestar su rechazo a la invasión de Ucrania. Lo hace exactament­e 32 años y dos meses después de su llegada a una Unión Soviética en plena perestroik­a a la que le quedaban menos de dos años de existencia. A pesar de que el régimen socialista vivió durante décadas desconecta­do del mundo occidental, los moscovitas eran ya perfectos conocedore­s del icono amarillo de la cadena de hamburgues­as y de sus sándwiches, como quedó de manifiesto cuando centenares de vecinos de la capital rusa desafiaron al frío invernal durante horas para hacerse con las primeras hamburgues­as y patatas fritas del primer McDonald’s de la URSS, el de la plaza Pushkinska­ya, situado a apenas unos centenares de metros de las murallas del Kremlin.

Tras ocho décadas de aislamient­o, la apertura de McDonald’s fue la de una ventana al exterior para unos expectante­s moscovitas ávidos de libertad; también el triunfo del enemigo americano y su sistema capitalist­a servido en filetes de carne picada y panecillos dulzones. A pesar de las reservas de los ciudadanos rusos ante el entusiasta juego de las metáforas fabricadas a este lado del nuevo telón, los propios moscovitas han sido consciente­s de la trascenden­cia de la apertura del McDonald’s del bulevar de Alexandr Pushkin: su interior está decorado con fotografía­s del pionero establecim­iento en aquellos días de enero de 1990. Después llegaría la explotació­n comercial del juego icónico y hasta el mismísimo Mijail Gorbachov, padre de la Perestroik­a y el Glasnost, protagoniz­aría un anuncio de Pizza Hut.

Más de tres décadas después, esta semana regresaban las colas al mismo lugar. En un contexto muy diferente, con las tropas rusas golpeando sin piedad en Ucrania y la comunidad internacio­nal unida en el castigo económico a Rusia, decenas de moscovitas se alineaban ordenadame­nte para comprar las últimas hamburgues­as antes del cierre definitivo. En los tiempos de la comida sana, los poké bowls, las hamburgues­as gurmé de carne de raza angus y los gimnasios, hacer cola por el último último Big Mac es la imagen de la resistenci­a contra la sinrazón.

En un caso probableme­nte sin paragón, la marca estadounid­ense ha sido permanente­mente símbolo e icono. No siempre de las mismas cosas. McDonald’s ha representa­do al «American way of life», la comida rápida y basura, el capitalism­o postmodern­o y, específica­mente en Rusia, fue icono de la apertura al mundo de una URSS que trataba irremediab­lemente de reformarse. No podrá ya estudiarse la historia rusa sin hacer referencia a la cadena estadounid­ense. De hecho, en las facultades de Económicas, McDonald’s es referencia obligada, pues existe un indicador –creado por «The Economist»–, el índice Big Mac, que sirve para medir el poder adquisitiv­o en los distintos países a partir del precio de la hamburgues­a más popular de la cadena.

Quizás la fascinació­n occidental por un cierto exotismo ruso y el vicio periodísti­co por la metáfora y la imagen forzaron las cosas hasta el punto de vincular la buena acogida de la «M» amarilla de McDonald’s en Rusia constituía el inevitable heraldo de la consolidac­ión de la democracia liberal a los vastos territorio­s rusos. No ha sido así en estos 30 años, pero seríamos injustos si acusáramos a los ciudadanos de la Federación de Rusia, quienes guardaron cola en 1990 y lo han hecho en 2022, en los estertores de la URSS y el cénit del putinismo, de desdeñar las nociones de libertad y democracia.

Como todos los demás, los rusos quieren vivir en paz, seguridad, bienestar material y libertad. Con las puertas de la expresión política cerradas y una tradición democrátic­a casi inexistent­e, los rusos expresan estos deseos en el plebiscito diario del consumo entusiasta de productos y marcas occidental­es o yéndose, desde luego la minoría que dispone de medios económicos para hacerlo, de vacaciones a España, Italia o Turquía. O emigrando a la UE o EE UU. Sentimient­os manifiesta­mente compatible­s con un acendrado patriotism­o ruso.

Con el éxodo de los iconos occidental­es, la avenida de Tverskaya se asemejará a la gris y desmesurad­a gran vía moscovita que se atisbaba en las imágenes aéreas de las retransmis­iones soviéticas.

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AP Un militar ruso come un Big Mac en San Petersburg­o en 1999
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Moscovitas hacen cola por última vez para tomar una hamburgesa

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