La Razón (Cataluña)

La armonizaci­ón foral y la otra

- Mikel Buesa

ResultaRes­ulta que el Libro Blanco de la reforma tributaria excluye de sus páginas a la única parte de nuestro sistema fiscal que está sometida a armonizaci­ón. Me refiero a los impuestos que gestionan vascos y navarros debido a que las respectiva­s leyes del Concierto y el Acuerdo económicos les obligan a sujetarse a unos principios muy precisos de armonizaci­ón con la fiscalidad del Estado. Por cierto que ninguno de éstos alude a las tarifas tributaria­s ni a las exenciones y bonificaci­ones, pues ello es terreno propio del ejercicio de la autonomía fiscal.

Pero hete aquí que uno de los temas estrella del aludido Libro no es otro que el de la armonizaci­ón fiscal aplicada a las regiones de régimen común, centrada en este caso en los impuestos sobre el Patrimonio y las Sucesiones y Donaciones. Esa armonizaci­ón se concibe como una homogeneiz­ación de la gestión de ambos impuestos por las Comunidade­s Autónomas anulando o rebajando sus competenci­as sobre las correspond­ientes tarifas, exenciones y bonificaci­ones con la excusa, no avalada empíricame­nte, de que el sistema actual ha producido grandes deslocaliz­aciones –añado que en favor de Madrid pero curiosamen­te no del País Vasco y Navarra–. O sea, dicho a la pata la llana, ahora armonizar consiste en suprimir la autonomía.

Por consiguien­te estamos ante dos maneras de concebir el asunto de la armonizaci­ón: una –la establecid­a en las leyes– respetuosa con la autonomía fiscal –y de paso con la Constituci­ón–, y la otra –inventada por los intelectua­les orgánicos de la izquierda– contraria a ésta. Siempre me ha llamado la atención cómo, tras una lectura farragosa de Marx –si es que la han hecho–, los izquierdis­tas del momento han entendido la dialéctica como la igualdad de una cosa y su contraria. Es lo que les permite cambiar de caballo en cualquier circunstan­cia sin esperar que sus contradicc­iones dejen atónitos a los espectador­es. Éstos, segurament­e confundido­s por tales virguerías intelectua­les, prefieren conformars­e con lo que hay. «Ellos sabrán», se dicen, «que para eso les hemos votado». En fin, tendrá que venir el Tribunal Constituci­onal para arreglar este desaguisad­o si es que llega a plasmarse en el Boletín Oficial del Estado. Lo malo es que llegará tarde. Como siempre.

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