Un peligroso depredador sexual anda suelto en Mallorca
Javier Cercas recupera a Melchor Marín para cerrar su trilogía y le sitúa en esta aventura ante un grave dilema ético: los abusos
Es difícil encontrar objetos de saldo en los anaqueles de Cercas, que completa con esta entrega su trilogía de «Terra Alta». Aunque no sería extraño –como lo intentó Coppola con «El padrino»– que terminase convirtiéndose en tetralogía, e incluso saga. Alejado de la autoficción, una vez más se sumerge en el género policial regalándonos su mejor versión de arquitecto de ficciones. Recupera al policía Melchor Marín (¿alter ego?), amante de Victor Hugo y Turguénev, que se convirtió en héroe al abatir a los terroristas en Cambrils tras el atentado de Barcelona, para plantearnos un grave dilema ético: los abusos sexuales.
La muerte de su madre
El policía se ha reinventado como bibliotecario y se dedica al cuidado de su hija Cosette, quien, después de un viaje a Mallorca con su mejor amiga, decide no regresar a casa. Antes de marcharse, había descubierto que su padre le ocultó el verdadero motivo de la muerte de su madre. Ante la falta de respuesta a sus mensajes, Melchor sospecha que algo malo ha ocurrido y decide viajar a la isla para comprobar que el sargento al mando de la investigación no ha puesto en marcha ningún operativo. La indagación paralela le pondrá sobre la pista de un multimillonario y filántropo sueco; un depredador sexual que celebra exclusivas fiestas con lo más granado de la sociedad (políticos, jueces, banqueros, empresarios...) en las que hay chicas menores retenidas contra su voluntad. Javier Cercas nos muestra su literatura más antisistema, planteándonos preguntas como si la venganza pudiera ser legítima allí donde la justicia no actúa.
Trufada de sentido del humor como una actitud moral propia del autor, nos encontramos con que el propio Cercas tiene algo más que un «cameo» en su propio relato, demostrando así su capacidad de tomarse muy poco en serio. Alejado de la «criptolabia» y la prosa penitencial, el de Ibahernando se aleja de esos escritores que nos hacen pagar por el esfuerzo creador a costa de un fatuo oscurantismo. Su novela se lee con placer, con ojos urgentes por acompañar al protagonista, disfrutando del misterio narrativo de unas páginas trabajadas al máximo para que se le note el mínimo esfuerzo al autor, dueño de una de las prosas más limpias del panorama actual.