La Razón (Cataluña)

«Adiós a las armas»: y el mundo, más que nunca, lo sigue exigiendo

Hemingway bebió de su experienci­a en la Gran Guerra para escribir un clásico de la literatura del siglo XX que fue, sin embargo, censurado en varios países

- J. H.

Nunca son malos tiempos para decir «Adiós a las armas», pero en estos días en los que Ucrania vive una lluvia de misiles, balas y demás artefactos del catálogo «rusoviétic­o» de la guerra vuelve a ser un momento idóneo para recordar esa máxima que acotó Hemingway en su libro de 1929. Y es que las experienci­as personales del escritor inspiraron muchas de sus novelas, como si quisiera presumir de una vida que ni usted ni yo tendremos, y uno de esos momentos dignos de recopilar fue su trabajo como conductor de ambulancia­s (hasta que fue herido) durante la Gran Guerra. Aquella cicatriz quedaría en su cuerpo, su mente, pero también en uno de sus clásicos, el citado «Adiós a las armas».

Por muy bueno o de culto que sea un texto, hay una cosa que está clara de antemano: si es fruto de una experienci­a bélica, más una como la del conflicto de 1914, ya se puede hablar de «libro maldito». Aquel americano idealista, Frederick Henry, que pilotaba vehículos sanitarios y conoció a una enfermera inglesa, Catherine Barkley, en mitad del lodazal italiano gustó mucho entre los seguidores de Hemingway (y lo sigue haciendo), pero no despertó la misma admiración entre los censores de medio mundo. El mensaje que el autor quiso transmitir, que, tanto en el amor como en la guerra, hay una cosa segura, la pérdida (además de que toda historia tiene su final), parece que no fue lo suficiente­mente claro para que la «Inquisició­n literaria» lo dejase pasar por alto. Eso, o que los insultos no eran aptos para todos los públicos. Porque fue esto, el alto nivel de improperio­s, lo que paró las rotativas en varios lugares de EE UU. En Irlanda, por su parte, tampoco entraron con buen pie sus pasajes de sexo, así que, igualmente, era prohibida la novela. Y en Italia también iba a encontrar Hemingway algún que otro problema, aunque el tema tenía más que ver con la tirria que el fascista de Benito Mussolini profesaba por su figura que que con las subidas y bajadas de tono del propio texto.

Con sus propias manos

Hemingway fue un tipo al que le gustó palpar el terreno con sus propias manos. A la Gran Guerra hay que sumar varios puntos candentes más. Estuvo presente en la Guerra Civil española trabajando como periodista, lo que inspiró su novela «Por quién doblan las campanas». Tiempo después, habiendo sido también soldado y correspons­al en la Segunda Mundial, se trasladó a París con su primera mujer para trabajar como correspons­al extranjero. Allí estuvo en la liberación de la ocupación nazi en 1944, que describió en una serie de reportajes publicados en la revista «Collier’s». Fue en esa etapa cuando estuvo en contacto con escritores y artistas modernista­s expatriado­s, denominado­s «la generación perdida», que ejercieron gran influencia sobre su obra. Y recienteme­nte salía a la luz un relato perdido del escritor estadounid­ense sobre un grupo de soldados en la IIGM: «A room on the Garden Side». Una nueva historia que «contiene todos los elementos caracterís­ticos que los lectores adoran del escritor», aseguraba entonces Kirk Curnutt, miembro de The Hemingway Society.

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Primera edición de «Adiós a las armas» («A Farewell to Arms»), de 1929

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