«El objetivo no es la cumbre, es sobrevivir»
► El reto imposible del alpinista solitario. Jost Kobusch reflexiona sobre su reciente expedición invernal al Everest: «Si no fuera un soñador, no lo intentaría»
EnEn la montaña, como en la vida, la línea que separa el éxito del fracaso –esos dos impostores de los que Kipling aconsejaba recelar– a menudo es un estado de ánimo. La meta, a veces, está en el camino. Al menos para el alpinista alemán Jost Kobusch (Bielefeld, 1992). Empeñado en subir al Everest (8.848 metros) en invierno y en solitario, desde luego sin oxígeno artificial, y por una de las rutas más exigentes, la arista oeste de la montaña (por la que nadie ha hecho cima en la estación más fría del año), ha pasado más de dos meses a los pies del gigante del Himalaya.
El invierno pasado, alcanzó una cota de 7.350 metros por esta misma vía y, ahora, su objetivo era llegar a los ochomil, aunque finalmente las duras condiciones climatológicas le han obligado a darse la vuelta sin superar los 6.450 metros, 900 de desnivel más abajo que en su anterior intento.
¿Un fracaso? No para Kobusch. «El objetivo no es la cumbre, el objetivo es sobrevivir», asegura el joven alpinista a LA RAZÓN recién llegado a Alemania desde Katmandú. «Mi meta esta vez era alcanzar los 8.000 metros, pero en un momento dado el mal tiempo y el intenso frío hicieron que el plan no fuera realista», explica.
Para valorar con perspectiva el reto al que se enfrentaba Kobusch conviene dar unos cuantos pasos atrás. No es sólo que ningún alpinista haya subido al Everest en invierno y sin oxígeno por esta vía, sino que de la última ascensión invernal a la montaña más alta del mundo han pasado ya 18 años (el japonés Ezuka, en 1993).
El plan de Kobusch era seguir la exigente «ruta yugoslava» –abierta en 1979 por los eslovenos Andrej Stremfelj y Nejc Zaplotnik–, que enlaza en el tramo final de la ascensión con el mítico corredor Horbein, ya en la cara norte de la montaña. Un reto que, admite, considera casi imposible pero que no por ello renuncia a perseguir.
«El éxito o el fracaso sólo son dos perspectivas muy limitadas, porque al final no se trata de llegar, sino que lo importante es el camino», defiende imbuido de filosofía confuciana. «Viajar esperanzado es mejor que llegar».
«El momento más duro»
El alpinista germano, consciente de que las esperas en el campamento base consumen muchas horas en estas expediciones que fían todo a una ventana de buen tiempo que permita, al menos, intentarlo, estableció su lugar de descanso en Lobuche, lo que le obligaba a recorrer ocho kilómetros adicionales, pero le garantizaba unas condiciones de mayor comodidad. En el campamento base tradicional, estaba solo. O no. «Estoy solo, pero no en soledad», precisa. «Estaba muy enfocado en el proyecto y en un estado de concentración que me obliga a controlar mis emociones –rememora–. No puedo enfadarme conmigo mismo porque las cosas vayan mal, sino que tengo que encontrar siempre la manera más honesta de lidiar con esto».
Durante la expedición, cuenta, leyó una autobiografía de Voytek Kurtyka, abanderado de la mejor generación de alpinistas polacos, que le inspiró «por su modo de acercarse a las montañas con tan poco». Pasó, claro, momentos angustiosos. Recuerda especialmente la noche en el campamento 2 el pasado 23 de enero, cuando según reconocía con humor en su cuenta de Facebook horas después «el viento era tan fuerte que tuve suerte de no haber salido volando hasta el campamento base con mi tienda como si fuera una alfombra mágica». Fue, admite, «el momento más duro. Terrible».
Pero pese a las dificultades, asegura, no se dejó abatir por la impotencia en ningún momento. «Trataba de enfocar la situación preguntándome si estaba dando lo suficiente para aumentar al máximo mis posibilidades».
Pero, ¿por qué un reto a simple vista inalcanzable? Por un lado, el Everest: «Necesitaba encontrar un reto en el que realmente pudiese comprobar mis límites –apunta–. La montaña más alta en invierno inmediatamente me fascinó».
También, en la temporada más extrema. «Si quieres escapar de las expediciones comerciales a las grandes montañas –defiende–, en donde hay mucha gente, como en Disneylandia, claro, debes escoger el invierno, porque supone regresar a un entorno en el que puedes encontrar experiencias reales».
«Siempre busco retos con los