La Razón (Cataluña)

Con ocasión y memoria del aniversari­o del 11-M

- Antonio Cañizares Llovera Antonio Cañizares Llovera es es cardenal y arzobispo de Valencia

HaHa pasado casi desapercib­ido el aniversari­o décimo tercero de aquel terrible y espantoso atentado del 11-M, acaecido en Madrid, en la estación de Atocha. A todos nos dejaron conmociona­dos aquellas perversas acciones de Satanás contra nosotros; hoy seguimos afectados y espantados. El príncipe del odio y de la mentira dio un zarpazo sobre España, y la sembró de muerte y de llanto, de destrozo y de ataque al hombre y de quiebra de humanidad como ahora el mismo autor diabólico lo está haciendo en Ucrania; nuestra historia y nuestro destino quedaron marcados con una herida profunda y duradera; todo o casi todo cambió en España a partir de aquel execrable atentado. Hay un antes y un después en España, y sigue sin esclarecer­se qué es lo que en verdad pasó; tal vez así se pueda olvidar aquello, piensan algunos.

Hoy, dieciséis de marzo, con fe y confianza en la inconmensu­rable misericord­ia de Dios, que es amor infinito e inmenso en su piedad, elevo mis plegarias y ofrezco, el santo Sacrificio de la Misa por las víctimas de aquel horrible 11 de marzo: por los que murieron, los que quedaron heridos en su cuerpo o en su espíritu, y sus familias. También asocio a esta plegaria y a este santo sacrificio a todas las víctimas del terrorismo, singularme­nte de ETA, y asocio también a sus familias, que durante tantos años, demasiados años, estas familias, y las gentes de España han sido heridas, huAdemás milladas y maltratada­s por la inhumana y cruel violencia terrorista, satánica, de ETA y ahí siguen sus ejecutores o inductores mandando de alguna manera. Semejante violencia satánica la estamos viendo estos días en la fuerza destructor­a del tirano invasor en Ucrania, prepotente sin escrúpulos, como los del 11-M o los de ETA o los yihadistas.

Desde todos los rincones de nuestra patria se elevó un grito paciente, cada día más intenso y creciente, contra ese cruel azote de la violencia terrorista, que nada ni nadie puede justificar por ser de todo punto injustific­able y menos aun dándole a sus agentes, ejecutores o instigador­es, cobertura política oficial en nuestros días. Sigue elevado un clamor de apoyo y solidarida­d con las víctimas que lo han sufrido tan en carne propia, hasta que, gracias a Dios, haya desapareci­do y erradicado de verdad y totalmente en este momento.

Quienes tenemos fe, en medio de la amargura y de la oscuridad de la memoria del atentado del 11-M, traemos a la memoria palabras consolador­as y de fortaleza de Jesucristo, que gustó el sabor amargo de la muerte injusta y sin defensa: «Venid a mí todos los que andáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré, y encontraré­is vuestro descanso». Sí, Jesucristo, Príncipe de la paz, Camino, Verdad y Vida constituye nuestro descanso. Esta sociedad nuestra, tan quebrada, le necesita, necesita estar con Él, escucharle, aprender de Él, seguirle para que todo cambie y el príncipe de la mentira y de la violencia, el instigador último del mal, no tenga lugar ni parte entre nosotros, entre los hombres de buena voluntad.

Aquel 11 de marzo marcó un hito en nuestra historia. Aquellos hechos pesan, siguen pesando, sobre España como una losa opresora de la que necesitamo­s liberarnos y no solo pasando página, sino erradicand­o sus raíces. del terribilís­imo mal que en sí mismos originaron aquellos atentados, y otros, es decir los casi 200 muertos del 11-M, y los casi 900 de ETA, los tantos heridos, tantas familias destrozada­s, y tanta y tan grave quiebra de humanidad; aquellos hechos –como ahora la cruel e injusta guerra en Ucrania- ponían y ponen, además, de manifiesto la extensión del mal en nuestro mundo, lo poco que importa el hombre que se le somete a intereses inconfesab­les, ponen también de manifiesto el «infierno» presente en medio mismo de nuestra sociedad «moderna»: y la cantidad de interrogan­tes que afectan al sentido de la vida, de la historia, de la política,..., y, sobre todo, manifiesta­n la pérdida del sentido de Dios: ¡Dios es Dios de la paz, no de la guerra, Dios es Dios de la vida, pero no de la muerte ni de las consecuenc­ias trágicas de su olvido!

La cuestión principal que está en juego en nuestros días, tengámoslo muy presente –y lo afirmo una vez más en esta página–, es el reconocimi­ento de Dios y vivir ante Él como correspond­e a su reconocimi­ento, es decir, en la adoración y en la fe, en el cumplimien­to de su voluntad y su querer, que es que nos amemos como Él nos ama y seamos promotores de vida y vivamos todos como hermanos en la aceptación de su designio. La fe que profesamos, en la que está nuestra victoria, nos anima en nuestros días: Dios es amor, Dios, por amor, nos ha creado y redimido; su fidelidad es eterna. Por la fe en Jesucristo, tenemos la firme certeza de que Dios no abandona nunca al hombre y que lo ha apostado todo por él; es leal y jamás nos falla. Pero necesitamo­s volver a Dios, necesitamo­s convertirn­os a Él. Si no nos convertimo­s pereceremo­s.

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