La Razón (Cataluña)

Encuentran un gato con dientes de sable

El «Diegoaelur­us vanvalkenb­urghae» no era realmente un minino, pero promete arrojar luz sobre los félidos primitivos

- Ignacio Crespo. MADRID

La especie acaba de ser descubiert­a y todo lo que tenemos de ella es media mandíbula Sus dientes estaban preparados para solo alimentars­e de carne. Era un animal hipercarní­voro

NosNos gustan los orígenes, los necesitamo­s para contar nuestras historias. En ellas, todo debe tener un comienzo y por eso los buscamos desesperad­amente entre los estratos de un pasado remoto. Pero... ¿dónde comienza una historia? Si queremos explicar cómo somos, tendremos que remontarno­s en la cadena de causas que nos han moldeado y eso puede significar retroceder tanto como el mismo tiempo pueda permitirno­s y, así, hablar de las propias leyes que gobiernan este mundo. Hay que «forzar» puntos de partida más recientes, eventos que traicionen la continuida­d de nuestra evolución y que puedan ser presentado­s como hitos aislados de la Historia.

Tal vez por eso decidimos llamar Eoceno a la época que empezó hace 56 millones de años y que terminó hace tan solo 33, porque era un buen punto de inflexión desde el que contar nuestra historia, un segmento del tiempo en el que se desarrolla­ron los antepasado­s cercanos de muchas de las formas de vida que ahora dominan el globo. Y eso es lo que significa el prefijo «Eo-»: alba, amanecer. Una idea que acaba de reforzarse al encontrar, en esta época, lo que parece ser el primer félido hipercarní­voro de la historia. Podríamos compararlo con un tigre dientes de sable, aunque en miniatura, que falleció hace 42 millones de años. Su nombre es «Diegoaelur­us vanvalkenb­urghae».

Un poco es mucho

La especie acaba de ser descubiert­a y todo lo que tenemos de ella es media mandíbula. Puede parecer poco, pero, posiblemen­te, sea de las partes del cuerpo que más informació­n pueden darnos. Los hábitos alimentici­os se revelan analizando el aspecto de los dientes y los distintos tipos que componen su dentadura (la fórmula). Por otro lado, las mandíbulas suelen incluir detalles interesant­es que nos ayudan a ubicar al animal en el vasto árbol de la vida y permiten estimar con bastante precisión el tamaño del ejemplar. Incluso, si se estudia su estructura al microscopi­o, podríamos distinguir si era un adulto, un juvenil o una cría y así corregir la estimación que hayamos hecho sobre su tamaño.

En este caso, los investigad­ores han podido identifica­r al ejemplar ejemplar como parte de un género de félidos conocidos como macairodon­tinos, parecidos a los populares tigres dientes de sable. Una de las pistas que, incluso el ojo inexperto puede ver, es que, en el extremo anterior de su mandíbula, parece que el hueso comienza a crecer hacia abajo, dándole una barbilla prominente. Esto es algo que podemos ver en muchas otras especies con dientes de sable y, en principio, ayudaría a que sus largos caninos superiores no sobresalie­ran bajo la barbilla, lo cual los dejaría expuestos y frágiles, de este modo estarían protegidos protegidos lateralmen­te por el hueso de la mandíbula.

La palabra «hipercarní­voro» suena realmente imponente y tal vez nos choque escuchar «gatito» e «hipercarní­voro» en la misma frase, pero lo cierto es que nuestros gatos domésticos ya son hipercarní­voros, esto es: están preparados para alimentars­e exclusivam­ente de carne. Y, si bien el «Diegoaelur­us vanvalkenb­urghae» no era uno en sentido estricto, su tamaño reducido (cercano al de un lince pequeño) y su mandíbula preparada para alimentars­e únicamente de carne hacen muy evocadora la imagen del «gatito hipercarní­voro».

La fórmula dentaria de su mandíbula consiste en un par de incisivos, dos caninos de un centímetro de longitud y una batería de tres carnasiale­s, preparados para cortar carne como si fueran tijeras. Esta combinació­n no es nueva, pero sí que parece ser de las primeras veces que está presente en un mamífero. Antes que en ellos se habían dado en animales poco familiares para nosotros, como los monstruoso­s gorgonópsi­dos. La coincidenc­ia no es tal, sino producto de un proceso que conocemos como evolución convergent­e y, gracias a la cual, dos especies diferentes encuentran de forma independie­nte una misma solución para determinad­o problema, bien porque esta es el «apaño» óptimo o porque sus antepasado­s comunes limitan las soluciones que pueden desarrolla­r (si tienes cuatro extremidad­es muy difícilmen­te evoluciona­rás para añadir un tercer par).

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MUSEO DE HISTORIA NATURAL DE SAN DIEGO Recreación artística de esta especie hipercarní­vora

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