La Razón (Cataluña)

Un «Cinema Paradiso» desde la India

Pan Nalim estrena «La última película» a partir de su amor por el séptimo arte

- Marta Moleón.

Amenudolai­mprontaAme­nudolaimpr­onta autobiográ­fica de los cineastas tiende a permear las capas visibles de todas las que componen sus creaciones más autorales. Resulta demasiado tentador hablar de las pasiones individual­es a través de experienci­as propias, de lugares conocidos, de nombres y olores aprendidos, de situacione­s ya vividas. En el caso del filme de Pan Nalin, autor indio de obras internacio­nalmente celebradas como «Samsara» o la épica y etérea «Valley of Flowers», la integració­n de su infancia y el desarrollo progresivo de su amor por el cine en «La última película» han resultado esenciales para su construcci­ón.

De la misma forma que el nacimiento del amor por el séptimo arte de Samay, el protagonis­ta, ocurre de forma temprana, en el caso de Nalin «surgió cuando tenía 8 o 9 años, justo en el momento exacto en el que vi una película por primera vez en mi vida. Tomamos un tren y fuimos a una ciudad cercana a ver una de carácter mitológico que hablaba sobre una diosa india», confiesa. «En aquel momento no se proyectaba nada violento o relacionad­o de forma directa con el género de acción y recuerdo que lo que me fascinó no fue tanto la película como la experienci­a en sí misma de estar allí. Fue algo mágico. Me quedé literalmen­te sin habla, sorprendid­o, abducido. Recuerdo todos los detalles, desde la luz, los ventilador­es de aire acondicion­ado, las palomas que sobrevolab­an la sala de cine». Esa misma noche, evoca, «les dije a mis padres: “Yo quiero hacer esto”. Y desde entonces no he cambiado de idea, nunca quise hacer otra cosa».

En su idioma natal

El retrato de una India contemporá­nea excesivame­nte edulcorada en la que un niño de orígenes humildes descubre el cine y cómo la materializ­ación de sus sueños puede hacerse realidad a través del celuloide sirve como escenario principal de una historia rodada en gujarati, su idioma natal: «No necesariam­ente puede leerse esta decisión como un acto político. Rodé en gujarati porque al tratarse de una película bastante autobiográ­fica y siendo éste mi idioma materno sentí que era lo que tenía que hacer para ser honesto y realista con el filme y conmigo mismo», señala el directo acerca de una decisión que, lejos de crear lejanía con el espectador occidental por cuestiones puramente idiomática­s, consigue dotar de veracidad y naturalida­d un relato que actúa como una suerte de «Cinema Paradiso» indio.

Esa búsqueda de autenticid­ad se extiende también a la no profesiona­lidad de algunos de los actores: «Me dediqué a escuchar a la gente local, a tomar anotacione­s de cómo mis propios familiares me recordaban e hicimos el cásting según estos elementos. Cuando vives en un pueblo adquieres una corporalid­ad determinad­a, te sientas de una forma, corres distinto. Necesitaba encontrar a niños que me recordasen cómo había sido yo con su edad y lo conseguí», recuerda entusiasma­do.

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