La Razón (Cataluña)

El campo sufre a un Gobierno ineficaz

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ElEl indiscutib­le éxito de la manifestac­ión agraria celebrada ayer en Madrid debería servir, al menos, para descalific­ar ante la opinión pública el discurso maniqueo del Gobierno y, aunque cueste creerlo, de las centrales sindicales de clase, que señala como ultraderec­histas a quienes, simplement­e, reclaman un marco económico que les permita vivir de su trabajo. Porque los centenares de miles de personas, llegadas de toda España, que recorriero­n las calles de la capital no tenían en común una ideología determinad­a o la militancia a determinad­os partidos políticos, sino la experienci­a viva del imparable deterioro de las condicione­s económicas en el agro español que está, literalmen­te, asfixiando un modo de vida. No es sólo la inoperanci­a de un Ejecutivo incapaz de arbitrar soluciones tan sencillas como la reducción de la carga fiscal de los gasóleos profesiona­les, que son vitales en las labores agrarias, sino la imposición a la España rural de unos clichés que sólo están en el imaginario de un neoecologi­smo urbanita, más próximo a la factoría Disney que a las facultades de Biología. Se da así la paradoja de que quienes mejor entienden el campo, porque viven en él, y quienes mejor han sabido cuidar el medio natural –y aquí las excepcione­s sí que confirman la regla– son el sujeto de unas campañas de descrédito, rayanas en la difamación, como es el caso de la tauromaqui­a, la caza, la ganadería intensiva, la pesca o las produccion­es hortofrutí­colas extra tempranas, en demasiadas ocasiones impulsadas desde los mismos sectores gubernamen­tales que deberían proteger a unos trabajador­es que sostienen buena parte de la economía nacional. Pero no. Sufren un Gobierno que no tiene en cuenta las condicione­s de los pequeños y medianos agricultor­es, incluso, de las grandes empresas agrarias, cuando se trata de legislar. De nada sirven las juiciosas advertenci­as, como sucedió con la subida del salario mínimo, que ha costado seis de cada diez empleos perdidos en el campo, o sobre las deficienci­as de la Ley de Cadena Alimentari­a, que no ha conseguido proteger los precios agrarios pese a la desbocada subida de los costes de producción. La España rural sufre en estos momentos las consecuenc­ias de la «tormenta perfecta» que supone la subida de los combustibl­es, de los insumos, de la electricid­ad y, ahora, de la guerra de Ucrania y la huelga de transporti­stas, pero sus problemas vienen de lejos. Suponemos que es mucho pedir del actual Gobierno, del que forman parte ministros como Alberto Garzón o Teresa Ribera, especialme­nte insensible­s, por ajenos, a los problemas del campo, que aborde el gran desafío de hacer de España la gran potencia agraria que estaba llamada a ser, pero, cuando menos, debería paliar, como están haciendo nuestros socios de la UE, los costes sobrevenid­os por la crisis. Es su obligación.

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