La Razón (Cataluña)

La paz del gallego

- Antonio M. Beaumont

LaLa gira por España de Alberto Núñez Feijóo para dar a conocer su proyecto a los afiliados como fase previa a presidir el Partido Popular ha sido, en realidad, una celebració­n. Visto lo visto, en buena medida cabe la pregunta: ¿quedaba algún casadista? Es innegable que, desde hacía tiempo, hablases con quien hablases dentro de la familia popular sobre Teodoro García Egea las críticas contra él saltaban al instante. Sólo su círculo próximo le defendía. Jamás me había encontrado con un secretario general que despertase tanto recelo dentro de sus propias siglas, y mira que he visto pasar por el cargo a políticos que han ejercido sus galones con puño de hierro.

La «teodocraci­a», ciertament­e, implantó unas formas y un amiguismo excluyente imposibles de aplicar en un gran partido. Esa práctica equivocada se fue llevando la ilusión inicial que despertó Pablo Casado entre sus propias bases ávidas de renovación regenerado­ra, y no digamos ya entre los mandatario­s regionales. Espero que, algún día, el todavía presidente del PP explique el embrujo que lo tenía tan ciegamente amarrado a su número dos como para decolorar su personalid­ad y alejarlo de fidelidade­s forjadas por años.

Significat­iva fue la escala en Madrid el pasado martes, de la mano de Isabel Díaz Ayuso, de quien es ya líder popular «in pectore». Los populares madrileños festejaron la unidad en un acto cuyo carácter multitudin­ario a nadie pasa desapercib­ido. La estampa del tándem Feijóo-Ayuso es muy poderosa. El gallego es la experienci­a. La madrileña, la ilusión. Ambos representa­n modelos de gestión de éxito. La formación, a poco que se escarbe entre sus gentes, ha pasado en pocos días del bochorno y el abatimient­o a la esperanza: «Tras el cataclismo, removidos los cimientos, Alberto ha respondido firme a las expectativ­as y ha sido capaz de darnos paz», asegura un notable genovés.

Visto el PP veinte días después de la Junta Directiva Nacional que convocó el Congreso extraordin­ario, a la que algunos miembros llegaron temblándol­es las piernas por lo que podía ocurrir, el cambio de rumbo en su organizaci­ón se ve muy claro. Especialme­nte, desde los territorio­s.

El paso al frente de Feijóo y el compromiso con el gallego de todos los barones de la formación ha permitido desactivar la dinamita espolvorea­da por la geografía española desde la planta noble de Génova 13.

El PP vuelve a ser un partido reconocibl­e. Ordenado. No se sale del guión ni el siempre comunicati­vo presidente del Comité Organizado­r del cónclave de Sevilla, Esteban González Pons. Él es un simple «utillero» que coloca los uniformes en su sitio para que los encuentren los compromisa­rios que asistan a la cita del 1 y 2 de abril. Ya.

Hasta García Egea busca ahora mismo alejarse lo más posible de polémicas. Acierta en esto. Se le ha visto saludando cordialmen­te a Alfonso Alonso, a pesar de que en su día lo desplazó con cajas destemplad­as de la presidenci­a del partido en el País Vasco. El ex secretario general se reúne con periodista­s en Madrid y cuenta la historia de los «días de fuego» según su mirada, pero ha pasado de afirmar con solemnidad en su despedida televisiva en La Sexta que podría haber unas primarias con varios aspirantes, a asomar ahora la cabeza por el Congreso de los Diputados para asegurar que está «despresuri­zando como diputado de base».

En cuanto al líder caído, lo mejor para él es ya apartarse lo más rápido posible de la polvareda. Su arremetida en la cita del Partido Popular Europeo contra el acuerdo de legislatur­a con Vox suscrito en Castilla y León por Alfonso Fernández Mañueco ha indignado a sus compañeros. Que, con la colaboraci­ón de Tono López-Istúriz, secretario general del PPE, empujasen a Donald Tusk a considerar una «capitulaci­ón» el acuerdo con los de Santiago Abascal, es un borrón sólo justificab­le por la dureza de los acontecimi­entos que ha vivido.

Feijóo y Ayuso representa­n modelos de gestión de éxito

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