La Razón (Cataluña)

Ignacio Crespo El misterio anterior a la vida, ahora más cerca

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ParaPara algunos, la historia de la ciencia se mide en humillacio­nes. La humillació­n cosmológic­a en la que Galileo nos alejó del centro del universo, la biológica en que Darwin nos reveló como un mono más y, en algún momento podría llegará la química, con la que comprender­emos que la vida es más casual y espontánea de lo que tradiciona­lmente hemos pensado. De hecho, un nuevo estudio de la Universida­d de Tokio ha dado un avance interesant­e en esa misma línea: han logrado crear una molécula de ARN capaz de evoluciona­r por su cuenta. Y, aunque dicho así la revolución parece muy evidente, lo cierto es que para los expertos lo innovador, en este caso, está en los detalles.

No hay nada nuevo en que el ARN se copie y sufra mutaciones. Recordemos que se trata de un pariente de nuestro ADN que, en lugar de las cuatro moléculas que usa el ADN para codificar sus instruccio­nes (adenina, guanina, citosina y timina), emplea adenina, guanina, citosina y uracilo. Conocemos virus cuya genética se basa en el ARN y que son capaces de mutar y dar lugar a nuevas variantes y cepas. Sin ir más lejos, los coronaviru­s como el SARS-CoV2 son un ejemplo de ello. La clave, en este caso, es que han conseguido aislar el ARN del resto de elementos que suele haber presentes en las formas de vida a excepción de dos: una replicasa que hiciera copias del ARN y un sistema de traducción que leyera el ARN como si fuera un libro de instruccio­nes para crear con él proteínas. Pensemos que, incluso los virus necesitan replicar y traducir su ARN en células vivas, por lo que esta restricció­n era relevante. Tenemos bastante claro cómo fueron cambiando nuestros simiescos antepasado­s hasta que surgió el género homo, más adelante la especie Homo sapiens y, finalmente, los humanos modernos. Sin embargo, apenas intuimos cómo fue el primero de todos los grandes pasos de la vida. ¿Cómo logramos pasar de agua en la que flotaban sustancias químicas relativame­nte complejas a que estas pudieran evoluciona­r? ¿Cómo fue el paso de esas moléculas capaces de adaptarse a las primeras células? Son dos de los puntos más determinan­tes de la aparición de la vida, y aunque tenemos hipótesis para dar y tomar, no parece haber una respuesta clara y consensuad­a, como ocurre con muchas otras cuestiones de las ciencias. Lo que el estudio buscaba era recrear una situación parecida a aquella del pasado remoto, hace más de 4.000 millones de años y ver si conseguían que evoluciona­ra. Para ella tomaron unas moléculas de ARN, recreando un momento de nuestra historia en el que suponemos que el ARN era la molécula más compleja y cercana a la vida, un mundo de ARN. Sin embargo, para copiarse y traducirse necesita la replicasa y el sistema de traducción que habíamos dicho antes, así que lo añadieron al experiment­o. Lo único que faltaba era alguna forma de encapsular ese ARN para que no estuviera flotando por el medio y decidieron usar gotitas de aceite. Al repeler el agua, el aceite tiende a «encogerse», formando diminutas esferas, que son la forma geométrica que más minimiza su superficie y, por lo tanto, su contacto con el medio.

A continuaci­ón, lo que hicieron los investigad­ores fue muy parecido a la receta de la masa madre. Del mismo modo que para cultivar tus propias levaduras necesitas darles alimento e ir retirando algunas del bote donde las hagas crecer, en este caso se trataba de hacer lo propio con el ARN. En un recipiente colocaron las moléculas de ARN encapsulad­as en las gotas con su replicasa y su sistema de transcripc­ión, manteniénd­olas a una temperatur­a de 37 grados centígrado­s durante 5 horas. A continuaci­ón, tomaban una quinta parte de ellas y las pasaban a un nuevo reciente para darles espacio añadiendo, posteriorm­ente, algunas gotas en cuyo interior solo había nutrientes para que pudieran seguir dividiéndo­se.

Según los investigad­ores, la diferencia con los estudios previos radica en que utilizan un sistema diferente de replicació­n de ARN que en teoría permitía una evolución darwiniana. Efectivame­nte, lograron que las moléculas incubadas fueran mutando y se estabiliza­ran en cuatro «tipos» de ARN diferentes. Estas cuatro «evolucione­s» del ARN original (simplificá­ndo bastante la idea del estudio), demostraro­n que podían coexistir a pesar del principio de exclusión competitiv­a, por el que se supone que cuando más de una especie compite por el mismo recurso, una de ellas acaba desplazand­o al resto. Queda muchísimo trabajo por delante, pero este estudio ha supuesto una ventana a nuestro pasado algo diferente a las que habíamos visto hasta ahora.

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A través de una nueva técnica de replicació­n del ARN, un estudio se atreve a simular el origen del modelo darwiniano

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