«Cinco lobitos»: Laia Costa y Alauda Ruiz de Azúa dibujan la entereza

El ruido estaba justificado. Tras pasar por Berlín y compartir el foco español con «Alcarràs» y «Un año, una noche», los tiernos «Cinco lobitos» de Alauda Ruiz de Azúa llegaron ayer por fin a nuestro país vía Marqués de Larios. Protagonizada por una titánica Laia Costa, capaz de despertar la identifcación por empatía hasta en el más lejano a la realidad a la que nos lleva, la película cuenta los primeros pasos como madre de su personaje y, gracias al extraordinario guion de Ruiz de Azua, somos capaces de entender sus frustraciones, alegrías y dudas, por poco racionales que puedan llegar a ser. No es tanto que «Cinco lobitos» pueda o quiera innovar en lo narrativo, y lo ecléctico de su acabado estético es prueba de ello, si no que se trata de una película que huye de las justificaciones para centrarse en las emociones. En lo más primario y en lo que se adelanta a lo cerebral.

De vuelta en casa de sus padres, en el País Vasco y dejando atrás una Madrid tóxica en lo laboral y en lo sentimental, la Amaia a la que da vida Costa es el vehículo de la directora para explorar esas vidas que nunca hemos vivido y, en cierta medida, pasarlas por un filtro de realidad cínica, aquí con el rostro de una Susi Sánchez tan imperial, intencionalmente inaccesible y cruda como de costumbre. Por ella, y por el bagaje que ambas actrices consiguen proyectar en la película, la historia trabaja frase a frase un fuera de campo que, lejos de lo contemplativo, se antoja lleno de matices e invita a una reflexión posterior que duele. Abrasa. Lo textual, aquí orgánico y natural, deja paso a la coyuntura por momentos violenta, explosiva, que parece quebrar la película antes de que el siguiente evento nos devuelva una imagen de familiaridad: Ruiz de Azúa cuenta, desde lo personal, una historia universal sobre el origen de la carga emocional y la brecha generacional de los amores líquidos.