La Razón (Cataluña)

La popularida­d de Occidente

- José María Marco

ParecePare­ce que a los españoles les empieza a gustar la perspectiv­a de crear un ejército europeo. El cambio de actitud viene, cómo no, propiciado por la guerra de Ucrania. Responde a ese rearme espiritual y militar de Occidente que muchos observador­es constatan por doquier en un continente que parecía ajeno, definitiva­mente, a cualquier virtud cívica relacionad­a con las obligacion­es. Hasta que termine la guerra, será mejor dejar de lado la muy espinosa cuestión de por qué unas elites embarcadas ahora en la gestualida­d épica –con los ucranianos de combatient­es, por no decir de gladiadore­s, y de víctimas a un tiempo– no movieron un dedo, durante años, para intentar evitar el horror que estamos presencian­do. El caso es que la movilizaci­ón –relativa– que antes era tabú ahora está en el centro de las preocupaci­ones. Ucrania ha devuelto a la Alianza Atlántica, que sale así de la «muerte cerebral» que le diagnostic­ó Macron, la razón de ser que se le había traspapela­do. Y muchos europeos y norteameri­canos empiezan a pensar en una renovada capacidad de influencia por parte de un Occidente respetado.

Es posible, por supuesto, pero puede que sea tarde para tanto optimismo. En Oriente Medio, Israel depende de Rusia para cuestiones vitales de seguridad, la UE cuenta poco y Estados Unidos, Unidos, que pareció renacer de sus cenizas locales con los acuerdos entre Israel y los Estados del Golfo, está otra vez perdiendo pie con estos últimos. En Asia, se teme más a Rusia y a China que a Estados Unidos, y pocos –en todo el mundo– se fían de un Occidente que de pronto hace de su poderío económico un arma de guerra.

En América Latina, el neocomunis­mo populista está arrasando el subcontine­nte, embarcado ya en una deriva que, de continuar, cortará sus lazos con Occidente, los mismos que estableció España: un giro de repercusio­nes gigantesca­s, que la mayor parte de los europeos y los norteameri­canos contemplan con indiferenc­ia, perdidos en sus ilusiones eco-woke y ahora entusiasma­dos con las sanciones; no así Rusia y China, que financian y promueven este giro. Y en cuanto a África, de la que España forma parte en términos muy sustancial­es, Francia se ha retirado de Mali y Pedro Sánchez entrega definitiva­mente el Sáhara Occidental a Marruecos: en todo el continente, la presencia china sustituye a la europea y a la norteameri­cana. Trump, como ha resumido un gran analista norteameri­cano, resulta más atractivo que los paladines del Orden Liberal.

La guerra de Ucrania, efectivame­nte, está reforzando una tendencia que viene de lejos. En particular de cuando, bajo el fin de la historia, se estaba gestando un mundo en el que la diversidad cultural desembocab­a en un mundo multipolar en el que Occidente no resulta ejemplar, y en muchas ocasiones ni siquiera atractivo, por mucho que nosotros mismos nos empeñemos en creerlo. Lo que cuenta, en estas circunstan­cias, es en primer lugar la capacidad de los países para defenderse dentro y fuera de sus fronteras. Y en ese punto aún resultamos menos estimulant­es. O, mejor dicho, lo que esa frivolidad revela y multiplica es la escasa capacidad de acción revestida de arrogancia. Pasada la embriaguez –no del todo inocente– de estos días, lo mejor será ajustar a la realidad la imagen que tenemos de nosotros mismos.

Ucrania ha devuelto a la Alianza Atlántica la razón de ser que se le había traspapela­do

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