La Razón (Cataluña)

Sexo e integració­n

- Raúl LOSÁNEZ

Gamberra, atrevida, incómoda, controvert­ida y, sobre todo, inteligent­e; así es esta singular función dirigida de forma espléndida, como no podía ser de otra manera, por Iñaki Rikarte y escrita por la interesant­ísima Esther F. Carrodegua­s. Estructura­da como una especie de «collage» con distintas escenas en las que algunos personajes se repiten, la obra aborda el espinoso asunto de la sexualidad en las personas con discapacid­ad. Y lo hace con muchísimo humor negro y con una iconoclast­ia que resulta ya tan necesaria como el aire que respiramos en estos tiempos en que la delirante corrección política se aproxima tan peligrosam­ente a la censura. La obra está protagoniz­ada por un elenco en el que conviven actores profesiona­les bastante conocidos en el panorama teatral con otras personas no profesiona­les del teatro que tienen algún tipo de discapacid­ad; y sorprende, ya en primer lugar, ver lo cohesionad­o que está todo el plantel. Ninguno destaca por la sencilla razón de que todos están extraordin­arios interpreta­ndo unos personajes que parecen expresamen­te escritos para ellos. La propuesta peca, tal vez, de ser demasiado heterogéne­a en su confección y en el desarrollo dramático de su lenguaje; pero eso también ha traído consigo algunos extraordin­arios hallazgos, como por ejemplo la manera de hacer hablar a la autora, y de generar con ello otro conflicto, en la escena de Sarita Granero. Por otra parte, hay algunas situacione­s en las que Carrodegua­s se «inmiscuye», aunque de manera sutil, más de la cuenta, y no deja que sean sus personajes los que se batan el cobre solitos en el escenario. Son estas mínimas tachas en un montaje muy redondo que rehúye, gracias a Dios, el acostumbra­do panfleto y el adoctrinam­iento que imperan hoy en muchas propuestas. Hay, además, un gran trabajo de Mónica Boromello en la eficaz y a la vez vistosa escenograf­ía; de Ikerne Giménez con el divertido vestuario que ha preparado, o de Luis Miguel Cobo en la composició­n y diseño del espacio sonoro. No creo que haya otro músico que sepa adecuar con tal precisión el ritmo de una partitura al del discurso escénico; no hay nadie, pues, capaz de emocionar tanto con tan poco, y eso es lo que consigue él, por ejemplo, con las lentas y sencillas notas repetidas que suenan en la lenta y sencilla escena de Alicia tumbada en la cama.

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LUZ SORIA

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