Sexo e integración
Gamberra, atrevida, incómoda, controvertida y, sobre todo, inteligente; así es esta singular función dirigida de forma espléndida, como no podía ser de otra manera, por Iñaki Rikarte y escrita por la interesantísima Esther F. Carrodeguas. Estructurada como una especie de «collage» con distintas escenas en las que algunos personajes se repiten, la obra aborda el espinoso asunto de la sexualidad en las personas con discapacidad. Y lo hace con muchísimo humor negro y con una iconoclastia que resulta ya tan necesaria como el aire que respiramos en estos tiempos en que la delirante corrección política se aproxima tan peligrosamente a la censura. La obra está protagonizada por un elenco en el que conviven actores profesionales bastante conocidos en el panorama teatral con otras personas no profesionales del teatro que tienen algún tipo de discapacidad; y sorprende, ya en primer lugar, ver lo cohesionado que está todo el plantel. Ninguno destaca por la sencilla razón de que todos están extraordinarios interpretando unos personajes que parecen expresamente escritos para ellos. La propuesta peca, tal vez, de ser demasiado heterogénea en su confección y en el desarrollo dramático de su lenguaje; pero eso también ha traído consigo algunos extraordinarios hallazgos, como por ejemplo la manera de hacer hablar a la autora, y de generar con ello otro conflicto, en la escena de Sarita Granero. Por otra parte, hay algunas situaciones en las que Carrodeguas se «inmiscuye», aunque de manera sutil, más de la cuenta, y no deja que sean sus personajes los que se batan el cobre solitos en el escenario. Son estas mínimas tachas en un montaje muy redondo que rehúye, gracias a Dios, el acostumbrado panfleto y el adoctrinamiento que imperan hoy en muchas propuestas. Hay, además, un gran trabajo de Mónica Boromello en la eficaz y a la vez vistosa escenografía; de Ikerne Giménez con el divertido vestuario que ha preparado, o de Luis Miguel Cobo en la composición y diseño del espacio sonoro. No creo que haya otro músico que sepa adecuar con tal precisión el ritmo de una partitura al del discurso escénico; no hay nadie, pues, capaz de emocionar tanto con tan poco, y eso es lo que consigue él, por ejemplo, con las lentas y sencillas notas repetidas que suenan en la lenta y sencilla escena de Alicia tumbada en la cama.