Adeptos al sopor
Si la obra «Supernormales» representa la cara de lo que hay programado por el Centro Dramático Nacional en el Teatro Valle-Inclán, «Lengua madre» es su indefectible cruz. Lástima que aquella se haya estrenado sin mucho ruido en la sala pequeña, y que esta ocupe la inmensa sala principal y goce de tanta repercusión; pero así son las cosas, qué le vamos a hacer. Hablando en plata: hay creadores que se venden muy bien, que venden muy bien sus productos y que saben a la perfección que muchos espectadores buscan en el teatro lo mismo que en un mitin: reafirmarse en la idea que ya traen preconcebida de casa y sentirse seguros al ver a más gente supeditándose a ella. Y eso es lo que ofrece «Lengua madre», una aburridísima obra, supuestamente de teatro documento, escrita y dirigida por Lola Arias, que trata temas como la educación y la orientación sexual, el aborto, la identidad de género, las distintas formas de ser padres o madres, la vida y el amor en pareja y fuera de ella, etc. Temas que, tal y como están tratados, resultan menos interesantes aquí que en cualquier conversación que pueda tener uno al respecto con sus amigos en un bar. Cierto es que tampoco hay mucho que comunicar en este tipo de teatro mitinero, que no político ni social; es un teatro de convencidos para convencidos en el que no cabe la duda ni el análisis ni mucho menos la autocrítica. Un teatro cuyo debate conceptual más profundo, si es que hay algo profundo, no emerge en el escenario en forma de conflicto dramático, sino en forma de perorata, cuando no de proclama tan simple que provoca sonrojo («Aborto porque me sale del coño», grita un personaje buscando sin pudor la aquiescencia del respetable). Un teatro que dice ser documental y que se permite nada menos que... ¡dibujarnos el futuro!, con un efectismo, claro, rayano en el infantilismo. Y un teatro en el que uno tiene a veces la sensación de que le están tomando impunemente por idiota.