La Razón (Cataluña)

Hoy 29 de marzo, el Gran Milagro

- Jorge Fernández Díaz

ElEl «Gran Milagro» no es que Sánchez arregle el muy grave problema que nos aqueja en el sector del transporte, agrícola, ganadero, pesquero y en el conjunto de la ciudadania, con una inflación de dos dígitos a niveles desconocid­os en este siglo, que en el pasado exigieron nada menos que los Pactos de La Moncloa para hacer posible la Transición política a la democracia.

En el actual escenario de laicismo desbocado en la otrora Cristianda­d y actual UE, no hay espacio para guerras de religión como las que enfrentaro­n en los siglos XVI y XVII a numerosos países europeos como consecuenc­ia del cisma protestant­e promovido por Lutero en 1517. España formó parte de la conocida como «Guerra de los Treinta Años» (16181648), que asoló el continente y concluyó con la paz de Westfalia. En 1640 la monarquía católica española vivía el año que el valido de Felipe IV, el Conde Duque de Olivares, calificarí­a como «el año más trágico de la monarquía española».

En ese terrible contexto histórico, mientras nuestros Tercios peleaban en Flandes, el Cielo pareció tomar partido por las armas españolas que combatían a los protestant­es poco afines al papel que nuestra religión otorga a la Madre de Dios. Fue en la localidad aragonesa de Calanda el 29 de marzo de ese trágico año. Un joven calandino, Miguel Juan Pellicer, que dos años antes había salido a conquistar el mundo, regresaba a Calanda frustrado y cojo, con la pierna derecha amputada tras sufrir un accidente.

En el Hospital de Gracia en Zaragoza se le amputó la pierna cuatro dedos por debajo de la rodilla y, conforme a las costumbres de la época, fue enterrada. Para paliar su situación le fue concedida licencia de mendigo en la puerta de la Basílica, donde todo el mundo conocía su situación puesto que el templo era frecuentad­o diariament­e por la práctica totalidad de la población. Dada su devoción por la Pilarica, todo los días se frotaba el muñón de su pierna con el aceite que alimentaba las lámparas votivas del camarín, pese a que los médicos le desaconsej­aban esa práctica. La noche del 29 marzo, Viernes de Dolores, Miguel apareció con las dos piernas. La amputada –la misma, con sus cicatrices y enterrada dos años antes–, le había sido reimplanta­da.

Cuando el joven despertó dijo que soñó que la Virgen del Pilar se la había reimplanta­do. Ante tan extraordin­ario suceso acreditado por toda la población, el Ayuntamien­to de Zaragoza pidió se incoara la correspond­iente investigac­ión para acreditar el milagro, como así fue. El Rey Felipe IV recibió a Miguel y públicamen­te besó la cicatriz del implante. Las Cortes europeas guardaron silencio ante tan magno suceso.

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