La Razón (Cataluña)

La resistenci­a que Putin no supo prever

► Voluntario­s y activistas han tomado las armas o ayudan en las labores logísticas para repeler el avance de las tropas rusas

- R. Averchuk.

La invasión rusa de Ucrania ha cambiado para siempre la vida demás de 40 millones de ucranianos. Muchos se sintieron conmociona­dos por la decisión sin fundamento de Rusia de iniciar la guerra. Sin embargo,la resolución de hacer todo lo posible para resistir el cruel ataque pronto se hizo cargo. Soldados, voluntario­s,políticos y civiles que simplement­e están tratando de hacer su trabajo cotidiano, cada uno tiene su papel que jugar en el gigantesco esfuerzo que el país está haciendo para preservar su independen­cia y evitar convertirs­e en una masa gris y sin sangre bajo el yugo del dictador cínico. Aquí hay historias de algunos de ellos. Antes de que comenzara la invasión, Lesya era una activista de derechos humanos, así como una ávida navegante. Una de las primeras cosas que hizo cuando empezó la guerra fue ir al centro de reclutamie­nto militar y ofrecerse como voluntaria. Dice que tuvo mala suerte. La fila era demasiado larga y tenía que irse a casa.

En cambio, recurrió a hacer lo que creía que era lo más importante, entregar alimentos y suministro­s críticos a aquellos que no tenían a nadie más que los ayudara. En los primeros días de la guerra, cuando los saboteador­es del enemigo invadían la ciudad y se temía un ataque inminente, la vida en Kiev se paralizó. Teniendo un coche y dispuesta a ayudar, Lesya sintió que no podía hacerse aun lado. Más tarde también ayudó a evacuar a la gente de los pueblos vecinos atacados por los rusos. Al carecer de experienci­a militar, dice que sus habilidade­s habilidade­s para disparar aún no son tan buenas. Los agujeros de bala, que se concentran alrededor del centro de su primer blanco de práctica de tiro, cuentan una historia diferente. Lesya dice que se necesitan una media de 250.000 balas para conseguir una muerte, ya que la mayoría de los soldados mueren a causa del fuego de artillería. Los soldados llaman a las balas «semilla» y las usan como medio de intercambi­o.

Oleg Baturin, activista y periodista de Kajovka, fue una de las primeras personas secuestrad­as por los rusos en la región ocupada de Jersón. Unos uniformado­s lo capturaron cuando estaba en la calle y lo subieron a un microbús. Dentro, tenía que acostarse boca abajo, mientras los hombres ponían sus pies y las colillas sobre su espalda y decían que lo matarían.

No lo hicieron. Pero trataron de intimidarl­o y golpearon a Oleg. No le dieron casi nada de comer y beber y no decían dónde estaba. Nunca expresaron demandas específica­s ni explicaron por qué fue detenido. Como dijo Oleg en su primer mensaje después de ser liberado, claramente sabían quién era, querían romper, pisotearlo, mostrar qué le sucederá a cada periodista. Había muchas otras personas detenidas con Oleg, la mayoría de ellos soldados ucranianos veteranos o en servicio. Su trato fue mucho peor. Espera no volver a escuchar los gritos de dolor que escuchó allí nunca más en su vida. Oleg dijo en una entrevista que sus captores parecían sorprendid­os por una protesta que una vez claramente se oyó por la calle. Se quejaban entre sí: «Hemos venido a liberarlos y están haciendo esas cosas». Aun así, dijeron que «una vez que capturen Mikolaiv y Odesa, van a poner las cosas en orden».

Oleg fue liberado tras ocho días de cautiverio. No pudo dormir las dos primeras noches en casa. Se ha estado sintiendo mejor desde entonces. Asegura que el apoyo de su familia, amigos e incluso de personas anónimas que se enteraron de suscalvari­o lo ha ayudado enormement­e.

Olena nació, creció y vivió en Cherniguiv, una ciudad acogedora predominan­temente de hablar usa cerca de la frontera con Bielorrusi­a. La invasión rusa está provocando una auténtica tragedia allí. Durante semanas, la ciudad ha estado bajo constantes bombardeos, con pocos alimentos, sin electricid­ad ni agua corriente.

Esta guerra tocó muy de cerca a la familia de Olena. Su padre resultó herido y fue encontrado en un hospital tras una semana de búsqueda. Su abuelo, que vivía en el campo, murió hace dos semanas. No pudo asistir a su funeral. La casa de su antepasado fue dañada por un bombardeo poco después. Mientras está de duelo, Olena está feliz de que su abuelo no haya vivido para experiment­ar la pérdida de su hogar. Pide no revelar su verdaderon­ombre. Grupos especiales de saboteador­es están cazando y recopiland­o informació­n sobre voluntario­s y activistas. Olena ayuda a recaudar fondos, comprar y enviar los artículos más necesarios tanto para los civiles como para los brigadista­s. En una publicació­n reciente en una red social, informa que ha comprado un dron. Lo compara con la escoba Firebolt de Harry Potter. Volará alto y ayudará a atrapar soplones. Reconoce que su voluntaria­do la ayuda a salir adelante. Como nunca antes, siente que está en el lugar correcto, pero anhela volver a casa. Nunca quiso odiar a los rusos: su padre habla ruso y ella creció escuchando música rusa. Nunca podrá volver a escucharlo. No confía en ellos, no quiere tener nada que ver con ellos. «Como un reflejo. Una vez que hayas tocado un hierro candente, no querrás volver a tocarlo».

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FOTOS: EFE
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La destrucció­n en edificios residencia­les de la ciudad de Chernihiv, que ha sufrido el asedio ruso durante semanas
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Lesya, activista de derechos humanos
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Oleg, periodista, fue detenido por los rusos

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