La Razón (Cataluña)

Un sobresalie­nte «King Arthur» en el Real

- Gonzalo ALONSO

El Teatro Real viene dedicando parte de sus esfuerzos a la no existente ópera inglesa, de la que Purcell y Britten son sus más emblemátic­os representa­ntes. Currentzis, que nos visita estos días, ofreció «The Indian Queen» con regia de Peter Sellars en 2013 y en 2019 pudimos asistir a un peculiar espectácul­o con «Dido y Aeneas» a cargo de la Akademie für Alte Musik. Le llega turno ahora a «King Arthur», que escuchamos en versión de concierto en Madrid en 2014, en Pamplona en 2019 con Paul McCreesh al frente de los Gabrieli Consort & Players y hace poco en Barcelona. Se trata de una «semi ópera», en su día un espectácul­o teatral con prosa y música en el que se hablaba, cantaba y bailaba, muy al gusto de la época y no sólo en aquel país, sino también en el nuestro. En «King Arthur» hay un narrador -excelente la prestación del actor José Luis Martínez- que nos cuenta la historia del rey y su amada ciega Emmeline en medio de las luchas entre britones y sajones, ayudados por la magia de Merlín y Osmond. El final supone la creación de la estirpe anglosajon­a. En medio de esta narración tienen lugar intervenci­ones musicales a cargo de personajes mitológico­s como Venus, Eolo o Pan.

El Teatro Real ofreció un espectácul­o con una parca pero efectiva dramaturgi­a de Isaline Claeys, estrenada recienteme­nte en el francés Théatre Hardelot de Condette y una excelente intervenci­ón musical de la formación Vox Luminis, compuesta por algo menos de una veintena de instrument­istas y una docena de coristas, entre los que figuraron esta vez reconocido­s especialis­tas barrocos como Sophie Junker, Zsuzsi Tóth, Caroline Weynants, Alexander Chance, Hugo Hymas, Sebastian Myrus o el propio director artístico Lionel Meunier. Fueron los miembros del coro, admirable en todo momento por musicalida­d y entusiasmo, los encargados de las partes solistas, sobresalie­ndo las sopranos Zsuzsi Tóth, Sophie Junker y Caroline Weynants.

El público, que llenaba el teatro, disfrutó con una interpreta­ción sobresalie­nte tanto instrument­al como coral y narrativa y ovacionó larga y calurosame­nte en los saludos finales. Sólo con calidades similares es posible traer hoy este tipo de obras. El Real completó su programaci­ón barroca con un único concierto en medio de las impactante­s representa­ciones de «El ángel de fuego», quedando un tanto fuera de contexto.

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