La Razón (Cataluña)

«El día a día carece de sentido. Me despierto y me pongo a llorar»

► Se cumple un mes de la invasión de Jersón, la única gran ciudad ucraniana ocupada por las tropas rusas

- Macarena Gutiérrez. MADRID

LaLa vida de Darina se ha vaciado. Cuando empezó la guerra todavía podía confiar en que Jersón resistiera, que se obrara un milagro y no fuera la primera –y hasta ahora única– de las grandes ciudades en ser conquistad­a por las tropas rusas. Hoy se cumple un mes de la invasión y sigue ostentando esa etiqueta.

Darina tiene 19 años y estudia Periodismo. Lo que antes era una rutina de universida­d y trabajo en una web de noticias, hoy es una realidad claustrofó­bica: «El día a día es absurdo. Cada mañana, me despierto y me leo todos los diarios para ver qué ha pasado, en lugar de desayunar y hacer ejercicio. Me siento en el salón y me pongo a llorar. Trato de seguir las clases en remoto para mantenerme ocupada y distraerme. Me da pánico salir a la calle. La ciudad está plagada de tanques y soldados armados, es terrible pensar que te pueden matar en cualquier momento. O cogerte para violarte».

La ciudad cayó oficialmen­te el dos de marzo. Solo había pasado una semana desde el comienzo de la guerra y el Kremlin cantó victoria en este enclave estratégic­o por su salida al Mar Negro. El alcalde, Ihor Kolijaiev, emitió un mensaje a sus 300.000 habitantes para confirmarl­es lo peor. De los días que precediero­n a la derrota, Darina guarda pequeños fotogramas en su memoria. «Recuerdo el sonido terrible que llegaba del otro lado del puente, donde los nuestros trataban de resistir. Recuerdo estar bebiendo té acompañada de mi familia, con los drones volando alrededor de las ventanas de mi casa. Recuerdo el sótano, sentada en el suelo pensando que me iba a morir. Y colas enormes de la gente para poder conseguir comida y dinero en metálico». Lo que siguió a la toma de Jersón fue una convivenci­a extraña, a ratos violenta y a ratos tranquila, con los ocupantes. También manifestac­iones pacíficas de los civiles que acaban a tiros y, según esta periodista que atiende a LA RAZÓN por Telegram, «un silencio mortal en las calles cuando cae la noche».

«Normalment­e, los soldados rusos son educados con nosotros. Cuando voy en coche y me paran, suelen pedirme comida, o tarjetas SIM para comunicars­e con sus familias. Pero si les digo que no, me dejan seguir camino y algunos me desean incluso buen viaje. Sin embargo, me sigue dando mucho miedo interactua­r con ellos».

El Ejército ruso se encarga ahora de distribuir la ayuda humanitari­a que llega con cuentagota­s a Jersón. Una situación endiablada recibir cereales, conservas o leche condensada de manos de los responsabl­es de que no haya comida. La familia de Darina aún no ha recurrido a los ocupantes para comer. Aunque los supermerca­dos llevan semanas fuera de juego, aún están operativos pequeños mercados de productos frescos. Todo a un precio de oro «porque no tenemos dinero físico, los cajeros no funcionan. Tampoco hay farmacias abiertas, pero los hospitales sí lo están».

Ella sigue viviendo en la misma casa, con sus padres, su abuela y su hermana. «Todas las mañanas, mis padres salen a buscar productos para cocinar. Usamos lo que tenemos, manzanas, repollo o lo que sea. No comemos proteína porque hace tiempo que no se vende ningún tipo de carne, ni salchichas. En Jersón se está produciend­o una catástrofe humanitari­a. No funcionan los corredores de salida y solo se permite que sean los rusos los que distribuya­n la ayuda, así que lo que hace la gente es negarse a aceptarla». Sería como dejar que sea tu carcelero el que te alimente.

Algunos amigos de Darina se han marchado de la ciudad. Ella no se ha atrevido, dice, por temor a lo que pudiera sucederle en el camino. Tampoco se siente segura en su ciudad, «esta situación es como un callejón sin salida». En los primeros días tras la invasión seguía reuniéndos­e con gente de su edad. Ya no lo hacen porque «no tenemos ningunas ganas».

A pesar del negro panorama, asegura que lo que espera del futuro es «paz, creo que vamos a lograr recuperarn­os y viviremos aún mejor que antes». Quiere que el mundo entero sepa que la «operación de liberación» que los rusos dicen haber realizado «ha consistido en la muerte de gente inocente, violencia contra las mujeres, saqueos y barbarie, hambre y mucho dolor. Jersón es Ucrania, Jersón nunca fue y nunca será parte de Rusia».

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VICENZO CIRCOSTA/ZUMA PRESS El búnker de un colegio en la localidad de Lymany sirve de refugio a niños que han logrado salir de Jersón

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