Dame más gasolina, toma más gasolina
ÉramosÉramos pocos y parió la abuela, una expresión popular que acompaña a las decisiones de un Ejecutivo superado por las circunstancias y que se parece a un «pollo sin cabeza». Ayer entró en vigor la última ocurrencia de quienes dicen gobernarnos para frenar la escalada de precio –en este caso de los carburantes–, aplicando –por la regla del siete sin consenso alguno– un descuento de 20 céntimos por litro de carburante. Y el caos que está generando entre las gasolineras, que se suma al de los transportistas y al desabastecimiento de los supermercados, es propio de futuros estudios sobre gestión del desconocimiento y teoría del despropósito en escuelas de negocio. A la larga lista de sectores heridos de gravedad se suma el de las 8.000 estaciones de servicio, muchas de ellas con insuficiencia respiratoria porque no tienen los fuertes pulmones financieros que se necesitan para afrontar medidas de este tipo. Unas compañías que juegan con unos márgenes pequeños, más reducidos incluso en las «low-cost».
En cualquier empresa, la tesorería representa la sangre que circula a través de los procesos de negocio y que garantiza que los órganos de la compañía sigan funcionando. Y esta medida rompe toda la gestión del circulante, provocando un ictus con los consiguientes daños asociados. Para evitarlo, se puede solicitar un anticipo al Estado equivalente al 90% de las ventas del mes del año pasado, dando por hecho que la actividad de este año es similar. Un anticipo del que se desconoce con precisión –y con antelación– lo que se necesita y cuál es el formulario para solicitarlo, ni tampoco cuándo se recibirá, aunque Hacienda indique que será la semana próxima. Además, reina el temor de que el dinero no llegue en tiempo y forma.
Es un sinsentido que nos cobren un euro en impuestos por cada litro de combustible para devolvernos, en el mismo acto, 15 céntimos que debe anticipar la estación de servicio, sumergiéndola en un caos burocrático y financiero sin precedentes, creando así la tormenta perfecta que podría arruinarla u obligarla a cerrar temporalmente.
Son muchas las medidas que por real de creto sumergen en un caos a nuestra economía, pero todas ellas tienen un nexo común: la negativa a bajar impuestos que sería lo más transparente, fácil, sensato e inmediato, para seguir recaudando y vaciando el bolsillo de las familias y empresas para luego repartir subvenciones. Todo ello vinculado a dogmas ideológicos y electoralistas sobre el gasto público, a pesar de la crisis económica que se nos avecina. Se pretende taponar la herida con parches que siguen pagando los ciudadanos, en vez de aplicar cirugía de precisión a las causas que originan el sangrado.
En un momento donde los agentes económicos y sociales necesitan certidumbre, se establecen medidas que ensombrecen el panorama económico y que hacen huir la inversión. Si no sabemos bailar este «reggaetón» económico, lo mejor sería dejar paso a que otros tomen los mandos del país antes de que los mal llamados planes de choque nos hagan, literalmente, tomar tierra en vez de alzar el vuelo.
Reina el temor de que el dinero no llegue en tiempo y forma