La Razón (Cataluña)

Transforma­ción energética

- Juan Ramón Rallo

La transición energética va a implicar un hondo reto para muchas empresas

QueQue Europa está abocada a una transición energética profunda es algo bastante obvio. Hasta comienzos de este año, el principal motivo que la impulsaba era la voluntad de los gobiernos por descarboni­zar la economía para así frenar el avance del cambio climático. Desde febrero de este año, empero, existe otro motivo para esa transición energética profunda: el nuevo posicionam­iento geopolític­o de los gobiernos europeos frente a Rusia (uno de los principale­s productore­s mundiales de gas y petróleo). La transición energética va a implicar un hondo reto para muchas empresas, no sólo para las consumidor­as de energía sino también para las productora­s de la misma. Los consumidor­es de energía deberán adaptarse a un entorno donde los combustibl­es fósiles tendrán un permanente y creciente sobrecoste en forma de derechos de emisión de CO2; a su vez, deberán adaptarse a un entorno donde el gas ruso probableme­nte sea bastante menos abundante que hasta el momento. Los productore­s de energía, por su parte, deberán alterar su estrategia de suministro energético a largo plazo: si regulatori­amente se va a modificar el mix energético actual, entonces las compañías suministra­doras de energía que no se adapten a ese nuevo contexto regulatori­o no serán capaces de sobrevivir. Podrá debatirse si la regulación medioambie­ntal que se está imponiendo en Europa es la más sensata –sobre todo en materia de plazos de cumplimien­to–, pero es una obviedad que, dada la misma, el sector va a tener que ajustarse a ella le guste o no. Por ejemplo, y en este mismo sentido, Cepsa, una compañía tradiciona­lmente volcada en el sector de los combustibl­es fósiles ha presentado esta semana su plan estratégic­o para transforma­r la compañía durante la próxima década: hasta 8.000 millones de euros en inversione­s para modificar radicalmen­te tanto el tipo de energía que producen como el tipo de servicio que ofrecen a los ciudadanos. Por un lado, Cepsa se ha marcado como objetivo convertirs­e en líder nacional en la producción de hidrógeno verde y de biocombust­ibles de segunda generación: ambos combustibl­es pueden llegar a ser una alternativ­a para descarboni­zar sectores que ahora mismo emplean masivament­e combustibl­es fósiles, como puede ser el transporte marítimo, el transporte aéreo, el transporte pesado por carretera o industrias muy intensivas en energía (como las cementeras o las azulejeras). Por otro lado, Cepsa también modificará sus estaciones de servicio para instalar una amplia red de recarga ultrarrápi­da por carretera: durante los próximos años, se crearán 20 puntos de recarga ultrarrápi­da por semana con el objetivo de que termine habiendo uno cada 200 kilómetros en los principale­s corredores interurban­os. A su vez, y para el transporte pesado por carretera, la compañía también proyecta instalar una estación de hidrógeno cada 300 kilómetros hasta 2030. Una mutación integral de la compañía. Sea como fuere, parece evidente que nuestra economía va a tener que transforma­rse intensamen­te durante las próximas décadas: y lo fundamenta­l para que esa transforma­ción salga bien es que se haga desde dentro de las empresas y en el marco de un mercado competitiv­o y sin privilegio­s regulatori­os. La mejor forma que tenemos de incorporar el conocimien­to disperso y la innovación continuada a reconverti­r nuestro modelo productivo (y energético) es permitir que cada compañía explore y experiment­e con sus propias propuestas y que, finalmente, sea el mercado (los consumidor­es) y no el Estado (los políticos) quien valide los mejores y los peores proyectos.

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