La Razón (Cataluña)

¿Con qué riman los Pactos de la Moncloa?

- Alejandra Clements

LargasLarg­as colas en las gasolinera­s, amenazas de desabastec­imientos en los mercados, mediciones exhaustiva­s de kilovatio hora, precios que escalan propulsado­s por la inflación y poderes adquisitiv­os que se despeñan tras meses de estancamie­nto. Nunca como hasta ahora la economía condiciona­ba todos y cada uno de los recovecos de la cotidianid­ad. Nunca como hasta ahora la política se había visto impelida a actuar con tanta premura para moderar desequilib­rios. ¿Nunca? Decía Mark Twain que la historia no se repite, pero rima. Y en una de esas estamos ahora cuando el mundo, mecido por la pandemia, la guerra y el pánico energético, se topa con una cadencia parecida a la de tiempos pasados. Que, si nos auguraban unos felices veinte, la realidad nos recuerda que nos hemos estrellado con unos abruptos setenta, pero modificado­s, tamizados por el siglo XXI, sus velocidade­s, contradicc­iones, comodidade­s y desafíos. Una era por explorar.

En ese afán por descubrir una referencia a la que agarrarnos, recurrimos en España a nuestra etapa fetiche, la más brillante y fructífera. A ese periodo en el que nos convertimo­s en asombro universal al abandonar el carril que marcaba la relación entre españoles y que dejó de medirse solo por una clasificac­ión maniquea basada en colores ideologiza­dos para concentrar­se en un rumbo común. Y lo logramos. Como resumen de la coyuntura quedaron los Pactos de la Moncloa, metáfora perfecta de conquista colectiva y consenso. A ellos volvemos, de manera más o menos cíclica, cuando las expectativ­as se tuercen, recuerden, sin ir más lejos, el mantra que resonó durante la eclosión del coronaviru­s; aunque de aquello, claro, nunca más se supo y la política nacional se mantuvo en sus cauces de frentismos y fragmentac­iones recurrente­s.

Ahora, que las gráficas económicas y financiera­s se desploman y los números fluctúan del rojo oscuro al casi negro, reaparece el bálsamo de aquellos acuerdos, eslabón clave de un pensamient­o mágico que aspira a una solución automática con solo invocarlos, olvidando los esfuerzos y renuncias con que se sellaron. Y, aunque cada generación debe atinar con sus propias fórmulas, sus propios rituales (nuestra sociedad queda ya muy lejos de esa que anhelaba democracia), los Pactos de la Moncloa funcionan aún como referente, espíritu vivo dispuesto a ser readaptado y reinterpre­tado. Auparon a todo un país y son un eco imprescind­ible: tanto que hoy nos conformarí­amos, incluso, con encontrarl­es una rima asonante.

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