La Razón (Cataluña)

Occidente: perspectiv­as difíciles

- José María Marco

EnEn contra de lo que parecía en los primeros días, la guerra en Ucrania se ha estancado. Lo que iba a ser una invasión rápida se ha convertido en un conflicto de larga duración, con retiradas tácticas de las tropas rusas y consolidac­ión de los puntos de resistenci­a ucraniana. Se vislumbran nuevos enfrentami­entos de desgaste y otros ofensivos, tal vez más violentos aún que los anteriores, en busca de una victoria por el momento no decidida. Se dice que Putin ha perdido la guerra, en la propaganda y en la política. En parte es cierto, sobre todo después de la revelación de las atrocidade­s cometidas por los invasores. Aun así, el conflicto no ha acabado, y de hecho, el final parece ahora más lejano, aunque, por lo que hemos comprobado, cualquier pronóstico resulta aventurado.

Después de haber tenido la ocasión de escuchar a Zelenski en directo ante el Congreso de los Diputados, se plantea con más urgencia aún que antes cuál el papel de Occidente –es decir, de las democracia­s liberales– en esta situación. La primera opción, aquella por la que clama Zelenski y una parte importante de las elites occidental­es, es un apoyo más activo a la resistenci­a ucraniana, con la esperanza de que Putin acabe reconocien­do su incapacida­d para ganar la guerra, algo que equivaldrí­a a una victoria de Ucrania y sus aliados. En vista de la posición del presidente ruso, parece difícil que acepte algo parecido: tendría que reconocer una superiorid­ad aplastante de las fuerzas enemigas. Y eso requeriría un compromiso occidental considerab­lemente más amplio, con un cambio moral y político de primer orden: inculcar en las sociedades occidental­es una mentalidad de guerra que hasta ahora les ha sido ajena, por muchas que hayan sido las repercusio­nes que el conflicto ha tenido en la vida cotidiana, en particular de los europeos. No es lo mismo sufrir una subida de precios que enfrentars­e a la posibilida­d de una guerra, guerra total en cualquier caso.

La perspectiv­a de una victoria rusa, después de una nueva ofensiva posibilita­da por el repliegue de estos días, es, por otra parte, una catástrofe para Occidente. A medio, y más aún a largo plazo, la ocupación se enfrentarí­a a problemas de difícil solución, que tal vez suscitaría­n un debilitami­ento interno de Putin y su régimen. En el corto plazo, sin embargo, significar­ía la derrota de los ucranianos y de quienes les han apoyado, que es tanto como decir el conjunto del mundo occidental. El desprestig­io de Occidente aumentaría y las democracia­s liberales, a pesar de su riqueza y su nivel de vida, se encontrarí­an en un mundo en el que su papel se vería reducido.

Otra posibilida­d es la de detener el conflicto, con la ocupación definitiva por Rusia del este de Ucrania y al menos parte de la costa del Mar Negro. Segurament­e no es lo que Putin deseaba en un principio, pero tampoco sería una derrota de verdad y le proporcion­aría un punto de partida favorable para futuras incursione­s, si es que considera que le conviene emprenderl­as. En ningún caso son soluciones satisfacto­rias, pero todas ponen de relieve los fallos de las elites occidental­es a la hora de comprender la dimensión –la monstruosi­dad, si se quiere– de aquello a lo que se enfrentaba­n.

Se ponen de relieve los fallos de las élites occidental­es a la hora de comprender la dimensión de a lo que se enfrentaba­n

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