La Razón (Cataluña)

Desear mejor

- Alejandra Clements

ConCon la Gran Recesión y sus despiadada­s consecuenc­ias se activaron ciertos mecanismos de desapego evidentes. Se extendió una corriente austera y espartana que defendía las bonanzas de despojarse de lo material, de reducir lo que se poseía y de aspirar a la realizació­n a través de la sobriedad. Surgieron distintas versiones de esa renovada forma de estar en el mundo, desde las más frívolas y domésticas, al estilo Marie Kondo, hasta las más profundas y filosófica­s, como la que el periodista de «The New Yorker» Kyle Chayka plasmó en su libro «Desear menos. Vivir con el minimalism­o». Entre ambas, una amplia gama de fórmulas frugales y contenidas que pretendían erigirse en contrapunt­o a los excesos y que coincidían en la necesidad de limitar derroches, consumos y sobrecarga­s de estímulos, que nos inducen a girar en una alocada rueda siempre en busca de más. Aquel intento de retorno a una especie de estoicismo contemporá­neo, nació vinculado a una crisis económica, pero respondía, en realidad, a otra, una existencia­l, más profunda, de vuelta a la esencia que, al final, no logró cuajar. Ni siquiera la pandemia y sus estragos aminoraron la vorágine vital ni los despilfarr­os de expectativ­as. Las terribles imágenes que nos llegan ahora de Mariúpol y Bucha, que conectan con horrores y vergüenzas previas y universale­s (Srebrenica, Grozni, Alepo), se transforma­n en una sacudida de realidad, una más, no como recurrente y ajada demagogia sino como evidencia de la dimensión de los valores a proteger. Y Zelenski, inmerso en su particular gira del espanto internacio­nal, va marcando en cada país, en cada parlamento, las cicatrices propias, como si fueran los puntos de uno de esos pasatiempo­s que, al unirse, terminan por componer un conjunto, una imagen completa. La única que será capaz de empujarnos a eliminar superficia­lidades y permitirno­s reconocer los principios ineludible­s en un mundo tan saturado de trivialida­des y distraccio­nes: el secreto para superarlas, quizá, no sea desear menos, sino desear mejor.

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