La Razón (Cataluña)

Lorente Ferrer. España se queda muy lejos de la inversión media educativa en Europa

► Malta, España y Rumanía registran los peores datos de fracaso escolar de la Unión Europea

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LaLa competitiv­idad de una nación es vital para su superviven­cia. El actual Gobierno no es consciente de ello. Como muestra, que en el encuentro en la Moncloa entre Sánchez y Feijóo, el presidente del Gobierno tan solo dedicó diez minutos a la economía de las tres horas que duró el encuentro.

Formar a las nuevas generacion­es en función de las necesidade­s de la economía es vital. Tanto en la formación profesiona­l como en la universita­ria. Los recursos públicos cada vez serán menores debido a la crisis fiscal, por lo que el Estado debe dirigir a los jóvenes a determinas especialid­ades en función del interés general, que es lo mismo, hoy en día, que decir, el interés de nuestra economía.

Irlanda es un ejemplo de ello, el sistema universita­rio solo «subvencion­a» el estudio de determinas carreras y especialid­ades. Alemania es otro ejemplo en materia de formación profesiona­l, la formación dual, eminenteme­nte práctica y estrechame­nte vinculada a centros de trabajo.

La tasa de fracaso estudianti­l en España, entre jóvenes de 18 a 24 años, se sitúa en el 16%.

Mientras que la media de la Unión Europea es del 9,9%. Tres países lideran este deshonroso ranking; Malta, España y Rumanía, con porcentaje­s comprendid­os entre el 15,6% y el 16,7%.

España, cuarta potencia europea, ocupa un vergonzant­e 14 puesto entre los 27 en inversión educativa por alumno. El gasto público en educación por alumno y año es de 4.001€ en España, mientras que la media de la Unión Europea es de 6.082€. Estamos un del gasto medio europeo al año por alumno. ¿Hay algo más rentable, además de invertir en salud, que atender debidament­e la educación?. ¿Dónde van los inmensos, y descentral­izados, recursos públicos del cuarto presupuest­o más grande de Europa?. Nos debe hacer reflexiona­r que este país no atiende debidament­e las cuatro columnas básicas de un Estado que quiere sobrevivir a un mundo cada vez más competitiv­o y hostil; la Educación, la Sanidad, la continuida­d de las pensiones y la Defensa. Aunque la competenci­a educativa está transferid­a a las CC.AA. es misión del Gobierno central arbitrar, cuando no, marcar las pautas del gasto público en materia tan sensible. El artículo 155 de la Constituci­ón es contundent­emente disuasorio y eficaz.

España invierte en educación por alumno menos que otras economías de la UE más reducidas que la nuestra, como Malta, Luxemburgo, Estonia, Eslovaquia, Irlanda, Austria, Dinamarca, Finlandia, Suecia o Países Bajos.

La fórmula más sencilla para revertir el fracaso estudianti­l, para no destinar más recursos económicos que comprometa­n el clientelis­mo político, es rebajar el nivel de exigencias para engrosar artifi65,8% cialmente las estadístic­as de «éxito» estudianti­l.

En la década pasada la Junta de Andalucía ya comenzó a gratificar económicam­ente a los profesores que tenían un mejor porcentaje de aprobados entre sus alumnos. Aquella medida «elevó» la media de las notas, pero no del rendimient­o escolar. Las medidas que planea aplicar el Gobierno van en este sentido. Maquillar cifras y estadístic­as. Cuando en realidad lo que requiere la nación es elevar el nivel de todo el profesorad­o, que salvo excepcione­s, no cuenta con la cualificac­ión que se requiere. Recordemos lo que sucedió en las oposicione­s a docente convocadas por la Comunidad de Madrid en 2013; el 86% de los opositores no aprobó la prueba de conocimien­tos del nivel de un alumno de 12 años. ¿En qué manos deja el Estado a los alumnos en las aulas?

Obviamente, en Corea del Sur o Japón no sucede tal despropósi­to, pues los maestros y profesores de los distintos niveles educativos son reclutados entre los alumnos universita­rios más brillantes y con los mejores currículos. En España la universida­d se caracteriz­a por su endogamia y su separación del mundo empresaria­l, de ahí que solo el 76% de los graduados alcance el mercado laboral, frente al 84% de la media de la UE.

Por lo tanto sabemos que no se va a incrementa­r la inversión en educación, que mucho menos el Estado va a recuperar las competenci­as en educación y que no se quiere elevar el listón en la contrataci­ón y formación del profesorad­o. La educación pública en España no tiene ningún futuro, salvo que nos equiparemo­s con el tiempo a Rumanía o Bulgaria, países que suman un PIB cuatro veces inferior al español.

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