Donde dije «digo», digo Marruecos
CompartirCompartir el iftar nocturno, la ruptura del Ramadán, es cosa que introduce en el círculo amistoso e íntimo de una familia. Se comparte la comida, tras el ayuno del día, con amigos, vecinos, parientes, en un gesto de agradecimiento y alegría. Pedro Sánchez ha sido acogido en Marruecos de esta manera en el suntuoso palacio del sultán Mohamed, que lo reconoce y abraza desde que nuestro dirigente cambiase radicalmente la política de España sobre nuestra excolonia del Sáhara y abrazase las tesis americanas de conceder el territorio a Rabat. Los saharauis ya no podrán votar sobre su futuro, como exigían las disposiciones de Naciones Unidas y España había apoyado siempre.
Menudo volantazo. Durante toda la legislatura la posición de Sánchez, y la promesa en el programa del PSOE (defendido en las elecciones) era exactamente la contraria. Que España no abandonaría a los saharauis. Que tenían derecho a expresarse en referéndum sobre ser parte de Marruecos o país libre, que había que acordarse de los miles de saharauis que siguen exiliados en Argelia.
Como Pedro es rotundo cuando le conviene (a veces se pasa) emprendió su Gobierno con un sonoro bofetón en la cara del «dominador» y «avasallador» vecino marroquí y se negó a realizar el tradicional primer viaje de Gobierno a Rabat. Fue un gesto bastante más grave de lo que parece a simple vista. Madrid siempre ha cuidado los gestos de cortesía y «finezza», a sabiendas de que eran muy valorados por el vecino y necesarios para compensar nuestra irreductibilidad en lo que considerábamos importante. A saber, nuestras fronteras (Marruecos apetece Ceuta y Melilla, las islas del Estrecho y las aguas de Canarias) y la soberanía del Sáhara.
Según fluyesen el aguas, el vecino se ha ido vengando de nuestra firmeza con el «grifo» de la emigración. Cuando le molestamos o le viene en gana, lanza contra nuestra frontera sur andanadasde emigrantes, maneja dos por las mafias del tráfico de carne humana, que generan problemas humanos y políticos enormes.
La última gran reacción marroquí fue la vergonzosa llegada de personas –muchísimos niños y adolescentes entre ellos–, que se produjo después de que un histórico de la resistencia saharaui (un terrorista contra España, en realidad) fue atendido en un hospital español, al parecer por petición de Argelia. El líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, llegó para recibir tratamiento en Logroño y generó un disgusto radical en Rabat. Nadie entendió lo que pretendía Sánchez. Era un gesto torpe de desafío, porque el viejo guerrillero bien podía haber sido atendido en otro país. No resultaba imprescindible tratarlo en España y desataba las iras de un vecino siempre suspicaz.
La reacción del sultán incluyó enviar ojeadores a los colegios del norte y alentar a los escolares para que se animasen a cruzar a Ceuta y Melilla abandonando sus casas. Se les dijo, entre otras cosas, que conocerían a los archi famosos de los equipos de fútbol españoles. Tan exagerado fue todo, que en las cancillerías europeas y americanas el marroquí fue el hazmerreír. Se le reprochó falta de respeto a la infancia y los derechos humanos.