La Razón (Cataluña)

«El retrato oval»: Allan Poe, más gótico y perverso que nunca

► El escritor traza el macabro proceso de un retrato y cómo un artista logra alcanzar la pintura más hermosa solo cuando su modelo ha muerto

- Javier ORS

Allan Poe fue el tipo que inauguró o impulsó todo un género que hoy goza de una salud casi impensable, quien nos deslumbró en la adolescenc­ia con inquietant­es piezas literarias, como «La caída de la casa Usher», «El cuervo», «El escarabajo de oro», «Los crímenes de la calle Morgue», «El gato negro» o «Manuscrito encontrado en una botella», entre otros tantos que leímos con fascinació­n juvenil a las tantas de la mañana (porque Poe es uno de esos escritores a los que hay que entregarse siempre después de medianoche) y, siempre, claro, en la traducción de Julio Cortázar, que es la canónica, la emblemátic­a, la que se impone por calidad, por tradición y porque porque es la que uno encuentra siempre en casa, que en esas edades uno va corto de pasta.

El norteameri­cano quiso convertir la escritura en su forma de ganarse la vida, igual que otros aspiran a cumplir con su singladura vital a través de la arquitectu­ra, la medicina o la física cuántica, pero el destino, que pasa de todo y siempre va a lo suyo, no le resultó propicio al bueno de Allan y lo único que consiguió como modus vivendi fue la botella, vamos, entregarse al delirium tremends y sus bifurcacio­nes. El muchacho era prolífico en territorio­s interiores, pero también en pesadillas y sueños que iba desplegand­o en cuentos, relatos, apuntes, publicacio­nes periodísEd­gar ticas y demás páginas volanderas. Allan Poe, uno de los maestros de Stephen King, que también nos ha hecho temblar con sus lecturas, supo mirar en el otro reverso de la realidad, echar un vistazo al rostro que aparece en el envés de la moneda. Y, al hacerlo, nos llevó a otro mundo.

Un artista peligroso

Es posible que «Retrato oval», esta miniatura gótica, romántica o perversa, todo cabe en sus sucintas frases y pocas páginas, no sea lo más destacado de Allan Poe. Quizá, lo que ha ocurrido es solo que fue el que uno pilló de la bilioteca para leerlo a las tantas de la madrugada mientras el hogar descansa ya, los pasillos andaban en silencio y el cielo iba cargado de tormentas y aguaceros, y que la historia nos impresionó. La llegada de un hombre, acompañado de su criado, a un castillo más fúnebre y tétrico que el de un vampiro y el descubrimi­ento de un retrato portentoso en belleza y atraccione­s, llevará a este huésped imprevisto a indagar en su historia, que viene consignada en un libro que ha encontrado. En ese volumen descubrirá la historia de una joven que se enamoró de un prometedor pintor y de los desvelos y empeños de este por conseguir un excelente retrato (otro que indagó en este asunto fue Oscar Wilde). Ella posaba durante horas para su marido, y este, entregado a esa obsesión, no percibía que con cada pincelada su amada languidecí­a un poco, su tez perdía brillo y su ánimo se debilitaba. Cuando alcanzó la perfección y levantó la mirada, vio que estaba muerta. Una sorprenden­te vuelta de tuerca sobre la que pende lo macabro y lo romántico. Dicen que a Allan Poe se le ocurrió tras ver el dibujo en miniatura que conservaba de su madre. Pero él convirtió eso en una joya gótica.

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Ilustració­n de la portada para este relato que se publicó en Estados Unidos en 1842

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