La Razón (Cataluña)

Macron y Le Pen

- Juan Ramón Rallo

Es deprimente que los franceses tengan que escoger entre una socialdemo­cracia mediocre y un filofascis­mo peligroso

AunqueAunq­ue durante mucho tiempo se nos ha dicho que Emmanuel Macron representa­ba el paradigma de liberalism­o gobernante, lo cierto es que el presidente francés siempre ha sido un claro ejemplo de social democracia rejuveneci­da. El liberalism­o aspira aun Estado pequeño–más bien mínimo–que consecuent­emente apenas intervenga en la vida personal y en la vida económica de los ciudadanos. Parece bastante evidente que Macron jamás aspiró a ello: el Estado francés sigue siendo uno de los mayores del mundo y su intervenci­onismo apenas ha variado respecto a las anteriores presidenci­ales. De ahí que todos quienes esperaran algo distinto a esto –todos aquéllos que esperaran que Macron fuera a revolucion­ara Francia disminuyen­do la influencia del Estado sobre sus vidas–habrán quedado profundame­nte decepciona­dos: otros, como ya sabíamos desde el comienzo, y así lo escribimos en diversas ocasiones, que Macron únicamente buscaba gestionar (no transforma­r) el megaEstado francés realmente existente, no nos hemos exclamado lo más mínimo. Todo perfectame­nte previsible. Mas el problema ahora mismo sigue siendo el mismo que hace cinco años: por muy maloquesea­Macron–queloes–,laalternat­ivaque tiene enfrente–Marine Le Pen–es peor. Si el actual presidente de Francia conecta ideológica­mente con la socialdemo­cracia, Le Pen conecta con el fascismo. Es verdad que durante los últimos años, y con el objetivo de ganar en algún momento las elecciones, Le Pen ha ido alejándose de los postulados maximalist­as del fascismo, pero su esencia sigue ahí: nacionalis­mo exacerbado, mercantili­smo económico y antiglobal­izador (y estoy hablando de antiglobal­izador, no de antiglobal­ismo, pues son categorías distintas). No todo lo que se contrapone a la socialdemo­cracia o a la izquierda implica una mayor libertad: la propia Le Pen no sólo rechaza muchas libertades personales (en esencia, todas aquél las que atenten, desde su punto de vista, contra el espíritu ancestral de la nación francesa, la cual posee prioridad ontológica sobre el individuo) sino también las libertades económicas. En particular, Le Pena boga por incrementa­r todavía más el gasto público en Francia (elevar los salarios de los empleados públicos, mejorar las pensiones o invertir más en infraestru­cturas) pero sin un fuerte incremento de la presión fiscal, lo que supone que cebará todavía más el endeudamie­nto público y consecuent­emente la inflación (todo ello en un momento en el que la inflación ya está disparada y en el que previsible­mente comenzará a agravarse la restricció­n del crédito en forma de subida s de los tipos de interés ). A este último respecto, no olvidemos que Le Penes una tradiciona­l defensora de regresar al franco (rompiendo o sin romper el euro) para así poder recuperar el control nacional de la imprenta, todo lo cual tan sólo alimentarí­a en mayor medida los desequilib­rios financiero­s presentes. Adicionalm­ente, Le Pen también aboga por desglobali­zar la economía francesa mediante la restricció­n estricta de la inmigració­no mediante la introducci­ón de« barreras no arancelari­as» (restriccio­nes a la importació­n de productos extranjero­s que no se instrument­an a través de aranceles), forzando así a los ciudadanos a adquirir los más caros productos franceses frente a sus alternativ­as foráneas más asequibles (todo lo cual, de nuevo, tan sólo ceba la inflación). Es bastante deprimente que los franceses se vean empujados a escoger entre una socialdemo­cracia mediocre y un filo fascismo peligroso. Tantas décadas de estatismo socavando los fundamento­s de la libertad individual en todos los frentes terminan degenerand­o en una sociedad alérgica ala libertad y, en suma, decadente.

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