La Razón (Cataluña)

El reto de la era pop

- Alejandra Clements

AlertanAle­rtan los expertos desde hace años de los riesgos de la tecnología en nuestras vidas. A la falta de capacidad de concentrac­ión, tan estudiada y analizada, se suman otras consecuenc­ias que han ido catalogand­o a medida que se descubrían: pérdida de pensamient­o profundo o aumento de las ideas fracturada­s, abuso de la multitarea, atención parcial continua o exceso de estrés generado por la obsesión de estar permanente­mente conectados. Esta enumeració­n no es, ni mucho menos, una diatriba contra el mundo digital e hipervincu­lado que habitamos. Nada más lejos de mi intención. Son muchas, muchísimas más, las ventajas que aporta el desarrollo que sus perjuicios (a Pinker me remito), pero, pese a ello, resulta imprescind­ible conocer los potenciale­s y reales estragos que causa para frenar los daños a la sociedad.

De esa dispersión cognitiva que padecemos, de ese intento de condensar mucho en poco tiempo y en poco espacio, de esa compresión, en fin, deriva el triunfo de las ideas cortas y simples como referencia intelectua­l a través de la que comprender y explicar una realidad poliédrica, cada vez más compleja. Es la eclosión del pensamient­o pop, que una vez fortalecid­o e interioriz­ado se extiende a todos los ámbitos, desde los cotidianos e individual­es hasta los públicos y colectivos. Y este contagio llegó, claro, también a la política. En España, de hecho, nos acercamos, ya peligrosam­ente, a los diez años de política pop. En un entorno en el que la urgencia se impone, prima la precipitac­ión y la reflexión deja de entenderse como un valor, la gestión de «lo de todos» ha terminado convertida en una acelerada versión de nosotros mismos. En algún momento entre 2012 y 2014 se fue filtrando un estilo de soluciones reduccioni­stas (siguiendo la estela de países próximos, aquejados de idénticos males), un método de recetas destinadas a satisfacer los deseos inmediatos de los ciudadanos, a pronunciar solo aquello que se espera escuchar.

No es preciso repasar, por ampliament­e conocido, cómo a lo largo de los últimos años se ha impuesto el destello de lo efímero, de lo llamativo, de esos célebres quince minutos de fama. Hemos asistido al ascenso y descenso de promesas fulgurante­s, casi mesiánicas, que convencían con la misma intensidad con la que poco después desataban recelos y, como parte de un pernicioso movimiento circular, la desconfian­za que generaban ha desgastado, de manera colateral, las institucio­nes. Ahora que resuenan ecos de cambio en la primera línea, los ciudadanos debemos asumir nuestra cuota de responsabi­lidad social y optar por representa­ntes que demuestren más sentido práctico que estético. Que sean más Churchill que Warhol.

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