La Razón (Cataluña)

Covadonga, ¿fake news del Franquismo?

- Yeyo Balbás es escritor Yeyo Balbás

EsteEste año se celebra el aniversari­o de la batalla de Covadonga, fechada, según criterios un tanto cuestionab­les, en el año 722, a partir de los estudios de C la udioSánc hez-Albornoz.Y como no podía ser de otro modo, esta efeméride ha comenzado a hacer acto de presencia en los medios. Más allá de las controvers­ias sobre la magnitud real del enfrentami­ento armado, o los elementos míticos que lo rodean, el auténtico debate que parece subyacer supone una mera cuestión de ontología nacional: en qué medida nuestra sociedad se fraguó durante el Medievo, en oposición al Islam, y hasta qué punto al-Ándalus contribuyó a conformar una parte sustancial de lo que somos. Quizá la mayor distorsión, en torno a esta polémica, resida en la concepción de Covadonga como mera creación del Franquismo, puesto que, en realidad, la concepción de esta batalla como mito fundaciona­l se remonta al Testamento de Alfonso II, un acta de donación fechada en el año 812, que alude al suceso sin nombrarlo de forma explícita. En las crónicas elaboradas enelscript­orium ovetense de Alfons oIII,haci alas dos últimas décadas del siglo IX, la providenci­al victoria en el monte Auseva, gracias al auxilio divino, aparece plenamente conformada como un mito-motor, o el inicio de la «restauraci­ón» del reino visigodo. Para entonces, se había fraguado un ideario al servicio de la expansión territoria­l asturleone­sa, dentro del cual las campañas militares contra al-Ándalus, con independen­cia de sus objetivos reales y concretos, quedaban englobadas dentro una causa común y legítima. Las cinco grandes «crónicas generales de España» del siglo XVI, entre las que destaca la de Juan de Mariana, finalmente otorga ron ala rebelión de Pelayo una función etnopatrió­tica esencial en la «recuperaci­ón de España».

Los ilustrados fueron quienes identifica­ron Covadonga con el comienzo de un proceso de (re) construcci­ón nacional. Para lo cual atenuaron la dimensión et no-religiosa del enfrentami­entoy proyectaro­n sobre el caudillo astur sus ideales de buen gobierno. En la tragedia El Pelayo de Jovellanos, el primer rey asturiano, tras ser elegido libremente por los hispanogod­os, habría restaurado unas leyes visigodas que legó a los españoles. Esta obra teatral, junto con el Pelayo de Manuel José Quintana, otro liberal comprometi­do, se convirtier­on en referentes de la lucha contra el despotismo y la dominación francesa. El exilio de buena parte de los ilustrados tras la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis, y la estrecha vinculació­n de Covadonga con Trono y Altar, les hizo buscar otros referentes históricos. A pesar de ello, el Liberalism­o, al igual que la Izquierda marxista, no renunció a los grandes hitos de la épica nacional, como Numancia, Sagunto o El Cid, que formaron parte de la propaganda republican­a durante la Guerra civil. Una realidad que se ha convertido en tabú para la Izquierda contemporá­nea, al igual que la condición de Claudio Sánc hez-Albornoz, el más destacado investigad­orsobreCov ad onga, como ministro de Estado en los gobiernos de Alejandro Lerroux y Diego Martínez Barrio, y presidente del Gobierno de la República en el exilio.

Las «comisiones de depuración» en las universida­des durante la Segunda República, el éxodo de intelectua­les iniciado con el estallido de la guerra civil, las purgas realizadas por el bando sublevado en el ámbito académico, y el reparto de cátedras entre los afines al nuevo régimen, propiciaro­n un desolador paisaje académico que, pese a la instrument­ación ideológica de Covadonga, poco logró aportar a su estudio histórico. De hecho, al cuestionar los orígenes de la Re conquista, desde una perspectiv­a marxista, en la década de los 70, Abilio Barbero y Marcel o Vigil señalaron la« costumbre de publicar por publicar» que había imperado durante cuatro décadas de« acumulació­n inútil de materia impresa». A pesar del férreo control que el Franquismo ejerció sobre el sistema educativo, que sin duda tuvo un impacto sociológic­o en la mitificaci­ón de Covadonga, la aportación historiogr­áfica de los intelectua­les afines al régimen resultó prácticame­nte nula. Quienes hoy denuncian la «manipulaci­ón nacional-católica» sobre Covadonga aluden a un ente fantasmagó­rico y, cuando mencionan algún investigad­or, este suele ser Sánchez-Albornoz, una paradoja empapada en sarcasmo.

La autoimagen de una Izquierda dotada de una perspectiv­a histórica racional y crítica, frente a una Derecha que sólo concibe el pasado como proveedor de identidad—una identidad construida de forma excluyente en oposición al Otro —, como si las« manipulaci­ones nacionalis­tas» fueran algo ajeno a su tradición política,supone una impostura que buena parte de la Derecha ha asumido en la actualidad, dotándole de otra carga valorativa, para presentars­e como los defensores de una historia española amenazada, al tiempo que tachan de« negro legendaria» cualquier imagen de nuestro pasado quesea le jede un paradigma épico. Dos fuerzas antagónica­s, solo en apariencia, que giran entorno aun eje viciado. Si deseamos que este aniversari­o de venga en una revisión fructífera de nuestro imaginario histórico, debemos empezar a superar ambas imposturas.

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