La Razón (Cataluña)

El espejismo de la Francia moderna

- Rocío Colomer

EmmanuelEm­manuel Macron tiene todo a su favor para resultar reelegido el próximo 24 de abril. El presidente candidato ha logrado ampliar su base electoral respecto a las elecciones de 2017 y ganó la primera vuelta con una cómoda ventaja respecto a su rival directa, la ultra Marine Le Pen. Macron consolida una fuerza centrista que reivindica la competenci­a, la experienci­a y que se presenta como el guardián de las esencias de la República francesa, de la razón y del progreso. Esta es la lectura más amable que ha dejado la primera vuelta de las elecciones francesas. Pero si nos detenemos a analizar los resultados observarem­os una realidad menos idílica y más perturbado­ra, probableme­nte más realista. La primera vuelta de las presidenci­ales dibuja un mapa político extremista. Si sumamos los votos de los partidos populistas y las fuerzas hostiles de izquierda y de derecha el porcentaje de franceses que han votado por una opción radical supera el 55%. En la derecha, al 23,1% de Le Pen se le añade el 7,1% de Eric Zemmour y el 2,1% de Niolas Dupont-Aignan; mientras en la izquierda al 22% del radical Jean-Luc Mélenchon se le suma el 0,8% de los votos de los anticapita­listas de Philippe Poutou y el 0,6% de los troskistas de Nathalie Arthaud. Con todos ellos se alcanza el 55% del total de los votos. Si a esta cifra le añadimos el 26% de la abstención el fenómeno se amplifica.

La desaparici­ón del bipartidis­mo en Francia con la debacle de la derecha tradiciona­l de Les Republicai­ns y el hundimient­o del Partido Socialista francés deja al país sin una alternativ­a razonable de Gobierno. La alternanci­a política además de ser un instrument­o de higiene democrátic­a es una garantía del funcionami­ento del sistema partidista asentado en la economía de libre mercado.

En la Francia actual existe un orden tripolar compuesto por el hipercentr­o de Macron que compite a la izquierda con una hibridació­n del viejo socialismo, la juventud ecologista de las metrópolis, el islamismo de los suburbios y las tentacione­s bolivarian­as representa­da por Mélenchon. Mientras a la derecha se encuentra con el auge del nacional populismo rentabiliz­ado por Le Pen, pero de la que cuelgan otros satélites con posibilida­des de prosperar en un futuro cercano (sólo hay que recordar el enorme impacto de la candidatur­a de Eric Zemmour, que llegó a reventar los sondeos e incluso osó a disputar la hegemonía de la extrema derecha a la candidata de Reagrupaci­ón Nacional).

En su discurso de la victoria ante la pirámide del Louvre en 2017, el presidente francés prometió trabajar para responder a las preocupaci­ones de los franceses de a pie para que no tuvieran que refugiarse en el fenómeno lepenista. Cinco años después, Macron ha fracasado. El avance de estos partidos extremista­s a derecha a izquierda parece desmentir la supuesta modernidad del Estado francés. El paisaje político sobre el que prácticame­nte seguro el candidato de la República En Marcha va a inaugurar su segundo mandato es preocupant­e y explosivo. Macron debe trabajar para desactivar el complejo de inferiorid­ad de la Francia rural y de las clases trabajador­as con la galopante pérdida del poder adquisitiv­o. Todo ello requerirá de un ejercicio democrátic­o «comme il faut». La rubia acecha.

El prácticame­nte seguro segundo mandato de Macron se asienta sobre un volcán

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