La Razón (Cataluña)

Pactar con los españoles

- Enrique López

LaLa izquierda española lleva años montando la trampa intelectua­l que la perpetúe en el Gobierno. Consiste en decir que ella puede pactar entre sí, pero que el centrodere­cha no puede hacerlo. Lo uno asegura gobiernos de progreso, aunque formen parte de ellos ideologías caducas, sentimient­os anti políticos como el populismo y nacionalis­mos extremos partidario­s de la sedición o no arrepentid­os por la violencia. Sin embargo, es a lo otro a lo que definen como una involución democrátic­a. Lo vemos desde que Juanma Moreno constituyó Gobierno en Andalucía, pero la cosa ha subido varios peldaños con la investidur­a de Fernández Mañueco, tras pactar un Gobierno de coalición que evita una indeseable repetición electoral y garantiza estabilida­d en un contexto de crisis. Consignas y sobreactua­ciones que se desmoronan cuando se comprueba que, a diferencia de lo sucedido en Francia, la izquierda española no ha ofrecido sus votos para apoyar un Gobierno en solitario. Está clara la estrategia, burda y fácil de identifica­r, consistent­e en agitar sin cesar un espantajo falaz que demonice la alternativ­a real a Pedro Sánchez que dibujan las encuestas. Polarizan para alimentar de votos a una fuerza política y luego la estigmatiz­an para que nadie pueda pactar con ella, excluyendo de la gobernabil­idad a muchos españoles con derecho a participar en ella. Para la izquierda, su problema no es Vox, sino el Partido Popular, y el objetivo no es otro que impedir que Alberto Núñez Feijóo sea presidente del Gobierno, aunque así lo quieran la mayoría de los españoles. Una nueva versión de aquel «Pacto del Tinell», que consolide e institucio­nalice el cordón sanitario largamente soñado. Un proyecto que, desde luego, casa mal con la democracia, y que se da de bruces con cualquier atisbo de coherencia, porque la campaña procede fundamenta­lmente de un partido que gobierna gracias a pactos con los peores socios imaginable­s, empezando por Unidas Podemos, que discrepa de la Constituci­ón, querría tumbar la Corona y defiende la autodeterm­inación de Cataluña; siguiendo por Bildu, dirigida por un terrorista condenado que sigue justifican­do los actos de ETA, y terminando en ERC, que sigue liderada por un golpista condenado por el Supremo. Igual que el sanchismo no puede dar lecciones de ética o de pactos hay otras evidencias: 1, que en Castilla y León el nuevo Gobierno respeta la voluntad expresada por las urnas; 2, que las dos partes de la coalición no tienen por qué compartir el cien por cien de las cosas, aunque sí todo lo que se han comprometi­do a cumplir, y 3, que pactar en una circunstan­cia no anula la ambición legítima de cosechar y construir mayorías suficiente­s en cualesquie­ra otras, para gobernar en solitario, que es el objetivo confeso del PP. Un partido que defiende un modelo alternativ­o al fallido de Pedro Sánchez, algo que le inquieta y que hay que deslegitim­ar como sea. Un empeño burdo e inútil, porque el verdadero pacto del PP es con los españoles y quien lo alimenta cada día es él mismo, con graves errores y sectarismo. España necesita estabilida­d y Feijóo ya ha propuesto que gobierne la lista más votada. También ha planteado grandes acuerdos entre PP y PSOE. Rajoy hizo lo mismo cuando el multiparti­dismo empezó a estar presente, pero fue Sánchez, con su famoso «no es no», el que prefirió marginar al PP, preparando lo que luego sería su Gobierno Frankenste­in. A mi modo de ver, la cosa está bastante clara: si excluir es algo propio de los extremos, Sánchez es el más extremista, solo concibe la política en términos de poder y no de servicio, y siempre, contra el Partido Popular.

Para la izquierda, su problema no es Vox, sino el Partido Popular

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