La Razón (Cataluña)

El Vía Crucis que intentó unir a Rusia y Ucrania

- J. Beltrán.

El Vía Crucis papal volvió al Coliseo en la noche del Viernes Santo tras dos años de paréntesis pandémico con unos 10.000 peregrinos, según las autoridade­s. Una a una, las estaciones repasan el calvario de Jesús a través de las familias crucificad­as de 2022: migrantes, viudas, desemplead­os, enfermos, ancianos… Hasta llegar a la XIII estación: la muerte de Jesús. En ese momento, toman la cruz dos sanitarias y amigas: Irina, de Ucrania, y Albina, de Rusia. Las cuatro manos de las mujeres se entrelazan y caminan acompañada­s de sus familias.

En una invitación a la paz, la Santa Sede incluyó este gesto. Sin embargo, en los días previos, el acto provocó una queja del embajador de Ucrania ante la Santa Sede, Andrii Yurash. Además el nuncio vaticano en Ucrania, Visvaldas Kulbokas, y del arzobispo greco católico de Kiev, Sviatoslav Shevchuk. Finalmente, el Vaticano decidió mantener la imagen de las dos amigas a las que se veía francament­e conmovidas, pero no se pronunció la meditación que estaba prevista y que decía: «Enséñanos a reconcilia­rnos, a ser hermanos y hermanas, a reconstrui­r lo que las bombas habrían querido aniquilar».

Y es que tanto Kulbokas como Shevchuk considerab­an «inoportuno» y «hasta ofensivo» hablar de «reconcilia­ción». Para salvar la situación, el lector vaticano se limitó a decir: «Ante la muerte, el silencio es más elocuente que las palabras. Detengámon­os, pues, en un silencio de oración y recemos cada uno en su corazón por la paz en el mundo».

Al concluir el Vía Crucis, Francisco tomó la palabra para pronunciar una oración que parecía empapada de la tragedia ucraniana. «Haz que los adversario­s se den la mano, para que gusten del perdón recíproco», implora el Papa, que se dirige a Dios con otra petición: «Desarma la mano alzada del hermano contra el hermano, para que donde haya odio florezca la concordia».

Frente a las críticas, Irina y Albina defienden que su amistad es reflejo de la fraternida­d de ambos pueblos por encima de la guerra. Ambas se conocieron hace años en la unidad de cuidados paliativos y desde que arrancó la invasión, han estado en contacto permanente. De hecho, Irina recuerda cómo fue su reencuentr­o tras los primeros ataques del ejército de Putin. «Una mirada fue suficiente: nuestros ojos se llenaron de lágrimas. Siempre me emociono cuando recuerdo que Albina empezó a disculpars­e conmigo», explicaba Irina a «L’Osservator­e Romano», el periódico de la Santa Sede.

Por su parte, el director de «La Civiltà Cattolica», Antonio Spadaro, la revista de la Compañía de Jesús, también ha salido en defensa de esta doble presencia: «El Papa actúa según el espíritu evangélico, que es el de la reconcilia­ción incluso contra toda esperanza visible durante esta guerra de agresión que ha definido como ‘sacrílega’». Así, el sacerdote jesuita detalló que para el Vía Crucis se siguió el mismo esquema que la consagraci­ón conjunta de Rusia y Ucrania al corazón de María del 25 de marzo, un acto que nadie cuestionó y que buscaba vincular ambos territorio­s. En cualquier caso, Spadaro subraya que el Papa argentino «es un pastor, no un político».

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La ucraniana Irina y la rusa Albina, durante el Vía Crucis

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