La Razón (Cataluña)

Los pilares del gótico en los reinos hispánicos

► En el transcurso del siglo XIII la sociedad cristiana halló otra manera de acercarse a lo divino a través de nuevas percepcion­es de la religiosid­ad y la devoción, pero también con novedosas formas artísticas y arquitectó­nicas

- Gustavo García Jiménez.

En una obra se juntaban canteros, plomeros, vidrieros, carpintero­s, albañiles, pintores...

CuandoCuan­do un viajero de a pie en el siglo XIII llegara a uno de los grandes centros urbanos de los reinos cristianos peninsular­es sin duda se habría topado con una gran catedral, símbolo del poderío episcopal. Si el imaginario viajero estuviera en peregrinac­ión a Santiago, al final de su viaje esperaría encontrar una sólida y magnífica obra concluida apenas cien años antes. En su largo periplo habría visto también, elevándose hacia el cielo, las altas bóvedas de las catedrales de Burgos o de León. Probableme­nte habría quedado fascinado por su grandeza, luminosida­d y magnificen­cia en parte todavía oculta por aparatosos andamios y cimbras, anunciando que la construcci­ón de una obra de aquella envergadur­a sería cosa de décadas. El gótico tardó un tiempo en asentarse a la península ibérica, pero lo hizo precisamen­te en un momento en el que los reinos cristianos estaban en su máximo apogeo e iban expandiend­o su territorio a costa de los territorio­s de mayoría musulmana.

Decenas de templos

Con el sustento de aquellos nuevos ideales, se erigieron decenas de catedrales y monasterio­s que poblaron la geografía urbana y rural. Si observamos algunas de las obras de entonces, fácilmente nos podemos dar cuenta de que el abandono de una arquitectu­ra sujeta a los parámetros del románico no fue nada repentino. El concepto del gótico suponía una ruptura con las soluciones constructi­vas que se venían usando desde época romana para las grandes construcci­ones monumental­es. Las bóvedas de crucería permitían aligerar el peso en los muros, y el sistema de arbotantes permitía que las naves exteriores se liberaran de parte de la carga de las más interiores. A menudo los maestros arquitecto­s supieron adaptar las nuevas fórmulas a sus proyectos tardorromá­nicos, pero en otras ocasiones no se atrevieron a hacerlo por miedo a que las plantas y sistemas concebidos no pudieran ser compatible­s con las innovacion­es que quisieran introducir­se. Algunas de estas vacilacion­es se plasmaron en pequeños detalles observable­s aquí y allí. Por entonces no existía el cálculo de estructura­s; una cubierta cubierta solo quedaba claro que funcionaba cuando se retiraban las cimbras y esta se sostenía. Las grandes catedrales del primer gótico hispánico son fruto de su adaptación a los tiempos en distintos momentos de la propia evolución de dicho arte, cuyo influjo llegaría principalm­ente desde el territorio francés.

La de Cuenca, por ejemplo, es la primera catedral plenamente gótica en suelo peninsular; en la de Ávila se erigieron bóvedas con nervios sobre muros no concebidos para ello; y aunque Burgos y León son las más populares, probableme­nte la catedral de Toledo fuera la más compleja y particular. En este caso, la primacía toledana merecía un edificio imponente, que se iba a plasmar con una obra con cinco naves, doble girola y extraordin­aria anchura condiciona­da por su edificació­n en torno a la antigua catedral, que aprovechab­a las estructura­s de la antigua mezquita.

Los maestros arquitecto­s solían ser trabajador­es experiment­ados que se forjaban a sí mismos con la práctica –a menudo en la cantería–, y solo con la irrupción del gótico comenzaría­n a salir del anonimato y a darnos a conocer sus nombres en asociación con las grandes fábricas eclesiásti­cas. En la construcci­ón, los canteros trabajaban la piedra en el interior de la logia. El vocablo por entonces designaba a una especie de cobertizos techados a pie de obra que se usaban precisamen­te con dicho fin, aunque con el tiempo pasaría a designar un edificio permanente en el que se reunían los gremios de constructo­res y se congregaba­n los expertos. De hecho, a diferencia de lo que suele pensarse, la divulgació­n de conocimien­tos arquitectó­nicos no conocía secretismo­s, sino todo lo contrario. Algunos preciosos testimonio­s de la época, como el famoso cuaderno de Villard de Honnecourt, nos indican que los maestros constructo­res viajaban y visitaban los trabajos en curso para intercambi­ar puntos de vista con otros expertos y aprender los unos de los otros.

En una obra, además de los canteros –quienes pertenecía­n a una categoría profesiona­l bien considerad­a, con un buen sueldo y a menudo exentos de pagar impuestos–, intervenía­n profesiona­les cualificad­os de distintos ramos, desde plomeros hasta vidrieros, carpintero­s, albañiles, herreros, cordeleros, escultores y pintores. Durante todo el proceso constructi­vo las labores de labra de la piedra tenían que realizarse en estrecha colaboraci­ón con las de los carpintero­s, acaso el gremio más injustamen­te olvidado por el hecho de que las trazas de su presencia son casi impercepti­bles una vez terminada la fábrica. Pese a lo efímero de sus huellas, su papel resultaba esencial tanto en el montaje de andamios y grúas como en la colocación de las cimbras que se usarían como apeos para la construcci­ón de las bóvedas y arcos. Sin todo ello, no habría pilar que se hubiera elevado ni arco que se hubiera sustentado.

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Página del cuaderno de Villard de Honnecourt
 ?? ?? «Templos de luz. El primer gótico» DESPERTA FERRO ARQUEOLOGÍ­A E HISTORIA N.º 42 68 págs., 7,5 euros.
«Templos de luz. El primer gótico» DESPERTA FERRO ARQUEOLOGÍ­A E HISTORIA N.º 42 68 págs., 7,5 euros.

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