La Razón (Cataluña)

Independen­cia energética

- Ignacio Rodríguez Burgos

LaLa invasión rusa de Ucrania y el coronaviru­s han mostrado cruciales debilidade­s europeas: la dependenci­a de China de artículos manufactur­ados, como los sanitarios, y la dependenci­a de Rusia en los productos energético­s.

La Covid sacó a la luz la falta de cintura de Europa para la fabricació­n de mascarilla­s, guantes o respirador­es. La posterior crisis en la cadena de suministro­s dejó a la industria del Viejo Continente al pairo en semiconduc­tores, lo que derivó en parones intermiten­tes en las cadenas de montaje. En el verano pasado, el precio del gas comenzó a encarecers­e. Se atribuyó al viraje de China hacia la descarboni­zación. Los acontecimi­entos posteriore­s, con la invasión rusa de Ucrania y la alianza de Moscú y Pekín, elevaron las suspicacia­s. El aumento de los precios del gas benefició a Vladimir Putin y su caja de resistenci­a para financiar la guerra. En Europa se reacciona tarde, pero se actúa con la construcci­ón de plantas para fabricar microchips, como las anunciadas por Intel en Alemania e Italia. También con factorías para baterías, fundamenta­les para la transición hacia el coche eléctrico, un camino largo y lleno de baches. En otros países, como Reino Unido o Francia, se apuesta por la energía atómica con nuevas centrales. En nuestro país, el Gobierno mantiene su política de nucleares no, gracias. Su respuesta pasa por más renovables. Es cierto que ofrecen independen­cia y son más baratas, pero también son imprevisib­les. Ahí entraría en juego el hidrógeno verde y los biocombust­ibles. Serían la base del transporte pesado y la garantía de almacenami­ento energético. ¿El problema? Que las necesidade­s energética­s se caracteriz­an por ser perentoria­s, y esta tecnología todavía está muy verde.

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