Independencia energética
LaLa invasión rusa de Ucrania y el coronavirus han mostrado cruciales debilidades europeas: la dependencia de China de artículos manufacturados, como los sanitarios, y la dependencia de Rusia en los productos energéticos.
La Covid sacó a la luz la falta de cintura de Europa para la fabricación de mascarillas, guantes o respiradores. La posterior crisis en la cadena de suministros dejó a la industria del Viejo Continente al pairo en semiconductores, lo que derivó en parones intermitentes en las cadenas de montaje. En el verano pasado, el precio del gas comenzó a encarecerse. Se atribuyó al viraje de China hacia la descarbonización. Los acontecimientos posteriores, con la invasión rusa de Ucrania y la alianza de Moscú y Pekín, elevaron las suspicacias. El aumento de los precios del gas benefició a Vladimir Putin y su caja de resistencia para financiar la guerra. En Europa se reacciona tarde, pero se actúa con la construcción de plantas para fabricar microchips, como las anunciadas por Intel en Alemania e Italia. También con factorías para baterías, fundamentales para la transición hacia el coche eléctrico, un camino largo y lleno de baches. En otros países, como Reino Unido o Francia, se apuesta por la energía atómica con nuevas centrales. En nuestro país, el Gobierno mantiene su política de nucleares no, gracias. Su respuesta pasa por más renovables. Es cierto que ofrecen independencia y son más baratas, pero también son imprevisibles. Ahí entraría en juego el hidrógeno verde y los biocombustibles. Serían la base del transporte pesado y la garantía de almacenamiento energético. ¿El problema? Que las necesidades energéticas se caracterizan por ser perentorias, y esta tecnología todavía está muy verde.