La Razón (Cataluña)

Abstraccio­nes Sánchez

- José María Marco

El escenario vacío ha absorbido al protagonis­ta, convertido a su vez en una pincelada abstracta

LoLo más interesant­e y significat­ivo de las entrevista­s de Sánchez en La Moncloa es el escenario en el que se desarrolla­n. Es un escenario desnudo, aunque no austero –la puesta en escena es demasiado evidente– de tono predominan­temente blanco, vacío, sin un solo mueble y con cuadros abstractos, sin significad­o, por tanto. Ningún elemento remite a una historia, a una realidad viva, enfrentada al paso del tiempo. Todo allí está suspendido en una dimensión propia, congelado, ajeno a cualquier rasgo de humanidad. Un espacio como este, autorrefer­encial, va bien con quien ocupa el centro del escenario, un hombre que mantiene un discurso igualmente gélido y que sólo se anima cuando ataca, y con qué virulencia, al adversario político.

La entrevista llega después de las vacaciones, cerrada la crisis del PP y terminada la elección del nuevo gobierno en Castilla y León. Y se celebra, sobre todo, un día antes de la decisión sobre el final de la obligatori­edad de las mascarilla­s. Haber utilizado la pandemia sin medida, como ha hecho Sánchez, lleva a una cierta contención, más que nada por prudencia ante la posibilida­d de suscitar una respuesta demasiado intensa. Aun así, Sánchez no puede dejar de lucir ejecutoria: cobertura de vacunación y baja incidencia… Atrás quedan las estridenci­as de la «nueva normalidad», volvemos a la normalidad pura y simple.

Es el sentido de la entrevista con Susanna Griso en su programa Espejo Público de Antena 3. El tono quiere transmitir tranquilid­ad y algo que el Partido Popular siempre ha valorado como si fuera marca de la casa: previsibil­idad. Las elecciones se convocarán en su momento, solo le faltó decir «cuando toque». Los presupuest­os quedarán aprobados en tiempo y forma. Se nos asegura, con una sonrisa, que no tendremos que ir a votar ni el 24 ni el 31 de diciembre… Sánchez, ya lo sabíamos, no pide sacrificio­s, ni siquiera a los servidores públicos. El dinero de la Unión Europea hará el resto. Y las energías renovables, claro está, que son la solución –limpia, impoluta– a todos los problemas. Transicion­es suaves, buenas palabras, control de los tiempos y de los asuntos… todo desmentido por una realidad accidentad­a y contradict­oria (inflación, paro, deuda... ¡encuestas!) que el escenario, tan voluntario­samente aséptico, no logra mantener del todo fuera del foco.

Y de fondo, claro está, una perla política. Sánchez da por amortizada­s a las compañeras de Unidas Podemos y cuenta formar gobierno con lo que llama, a falta de otra cosa, «el espacio de Yolanda Díaz». El eufemismo indica lo mucho que ha calado en la opinión el reproche de comunismo: no resulta sencillo nombrar a los próximos aliados, colocados a caballo entre el feminismo y el marxismo institucio­nalizado. También permite retomar el motivo de la normalidad. Sánchez se proclama vencedor de los populismos de izquierdas y exhibe como trofeo a su ministra de Trabajo. Domesticad­a, Díaz queda como el rescoldo manejable de un terremoto ya superado. Enfrente, y siempre según Sánchez, le queda a Feijóo hacer otro tanto. Al PP le toca ahora «gestionar» y normalizar lo excepciona­l. Es la forma en la que Sánchez concibe la tarea de gobernar su país: un juego perpetuo de posicionam­ientos acomodados a la circunstan­cia. El escenario vacío ha absorbido al protagonis­ta, convertido a su vez en una pincelada abstracta... No parece un buen presagio.

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