Ha sido uno de los rodajes más complicados de mi vida por marcharnos a la Venecia vacía»
«Ahora soy mucho más libre que al principio de mi carrera, hay hueco para mis locuras»
jorarla. Con la edad, uno va mejorando ciertas estrategias de dirección. Y claro que se cansan.
¿Necesitaba una película con brío, con acción?
Hay magníficos directores que están haciendo películas que ocurren en un solo espacio, en un apartamento. Yo no puedo. No me salen los guiones así. Cuando un actor o un personaje está sentado mucho tiempo me siento mustio, me angustio, y digo que esto no es una película, es un cuadro.
En ese escapismo del cuadro, importan mucho tanto la música deRoqueBañoscomolafotografía de Pablo Rosso.
Viendo muchas películas, dramatizando las secuencias, he ido encontrando lo que me gusta. A Rosso y a mí nos gusta mucho la luz extrema, y en el caso de Venecia sabíamos que era imposible a nivel técnico. Tom Cruise estaba rodando la nueva «Misión imposible» a la vez que nosotros y lo que hacía su equipo era montar armatostes tremendos de luces en los propios barcos, para poder ir moviéndolos por los canales. Para esta película usamos un tipo de cámara, la Sony Venice, que nos permitía rodar con muy poquita luz. Rosso, al final, acababa dibujando contornos. Me apetecía ese aspecto de robado.
¿Es esta «Veneciafrenia» con la que está más contento o hubo cortes más satisfactorios?
Es una película que me gusta mucho y que quiero mucho. Y, por supuesto, hay muchos montajes, pero es algo que también me ocurrió con «Balada triste de trompeta». Con el tiempo aprendes a rodar más, porque sabes que en cada toma hay un nuevo matiz. No hay corte del productor, lo que se verá es mío, el corte del director.
¿Cómoenmarcaestapelículaen su filmografía?
Eso casi es mejor que lo respondáis vosotros, los críticos, y los espectadores. Establecer una clasificación en mis películas me volvería loco. Sería como decidir que vas a tener un hijo pequeñito simpático y luego el guapo, el bueno.
Usted, trabajando con HBO y ahora con Sony y Amazon, parece haber abrazo bien, o quizá mejor que otros compañeros, el nuevoparadigmaindustrial.¿Ha sentidodiluidaenalgúnmomento la concepción de autoría?
Te voy a ser completamente sincero, no me cuesta. En el caso de «30 monedas», por ejemplo, la plataforma incluso me ha pedido más manierismo, más yo. Nunca me han cortado y disfrutan mi trabajo igual que yo. No he sentido nunca que pusieran pegas a mis locuras. Siento que tengo mucha más libertad que antes, como director. Otra cosa distinta es la libertad que estás dispuesto a utilizar. Trabajando con plataformas, hay que arriesgarse para hacer las cosas.
¿Es «Veneciafrenia» un riesgo?
Hacer un «slasher» ahora no es lo normal, y las escenas son exactamente las que yo quería, con la cantidad de sangre que yo quería. No lo voy a negar, la película es sangrienta. Precisamente porque me parece redundante aquello de sugerir y no mostrar, y esas cosas de manual. Lo interesante siempre será llevar la contraria.
¿Qué cine contemporáneo valora en esa tendencia?
Me gusta mucho James Wan, con esa «Malignant» tan buena. La vanguardia cinematográfica está en el terror. Lo que hace Ari Aster. La «Mandy», de Panos Cosmatos. Son tan dementes, tan divertidas, y a la vez tan arriesgadas... que es normal volverse loco. Ese es el camino, el de no preocuparse por nada y no querer quedar bien con nadie.
¿No lo ha sido siempre?
Sí, me corrijo. Siempre lo ha sido, siempre ha estado ahí. Y no solo en lo argumental, también en lo formal. Las películas de Darío Argento o Mario Bava son revolucionarias, demenciales. No tuvieron parangón en su época. El terror es un lugar siempre abierto y libre, donde hay hueco para historias loquísimas y, a su vez, universales, con una fuerza siempre a reivindicar. ¿Quién ha estado más empoderada que esa imponente Sigourney Weaver de «Alien»?
¿Es «Veneciafrenia» una película sobre la hamartia, sobre el error como destino trágico?
Sí, totalmente. Y eso encaja con el Gran Guiñol y la farsa, porque exagera y ridiculiza los problemas, separándose del espectador. En la comedia, existe un efecto liberador en la identificación del que quería huir. Como farsa, la película resulta en una unión de situaciones grotescas que ridiculizan una problemática real, como es la del turismo masivo y masificado.