El asalto al cielo era un plan antiaging
Jesús Amilibia Diario de un viejo que le grita al televisor
Gracias al libro «Verdades a la cara», ahora sabemos que nada más dimitir de todos sus cargos, Pablo Iglesias abrazó a Irene Montero, se sirvió un whisky, se fumó un cigarrillo de liar y exclamó sentado al borde de su piscina en Galapagar: «Dios mío, qué maravilla, lo que me he quitado de encima». Estaba feliz. Y añade: «Me preocupa mucho la situación política, pero disfruto como nunca de la familia y de los amigos, y dicen que hasta se me ve más joven. Qué más puedo pedir». Hombre, puede pedir que
Elon Musk le nombre editor de contenidos de Twitter, que
Jaume Roures le ponga ya una tele o quizá sustituir a Jorge Javier Vázquez en «Sálvame Deluxe». Para desplazar a
Tamara Falcó en Porcelanosa ya está Yolanda Díaz. Pero lo sustancial radica en ese «dicen que hasta se me ve más joven». O sea, que el cielo que iba a tomar por asalto se ha quedado en un plan antiaging. Nada de ácido hialurónico, reducción de grasa, toxina botulínica o exfoliación química. Nada de una semana en la clínica suiza «La Prairie» por 48.000 euros, aunque él podría permitírselo. Nada de la Buchinger marbellí.
La fuente de la eterna juventud estaba, está, en mudarse de la política institucional a la tertulia y el artículo, piedra filosofal de su feliz existencia actual. Se cortó la coleta para dirigir su rebaño desde todos los púlpitos posibles sin el riesgo de perder unas elecciones. Tomen nota los millonarios norteamericanos que buscan en Silicon Valley la inmortalidad en la biotecnología. El profeta Pablo indica a todos el buen camino: abracen a su mujer, sírvanse un whisky y fúmense un cigarrillo de liar al borde de la piscina. Maravilloso.