La Razón (Cataluña)

Una de espías

- Abel Hernández

Espiar,Espiar, según el diccionari­o de la RAE, consiste en «acechar, observar disimulada­mente a alguien o algo». También «intentar conseguir informacio­nes secretas sobre un país o una empresa». En cualquier Gobierno esta tarea la llevan a cabo los llamados servicios secretos. En España, esta delicada, silenciosa e importante labor correspond­e sobre todo al Centro Nacional de Inteligenc­ia (CNI), cuyo centro de operacione­s está en las afueras de Madrid junto a la carretera de La Coruña. Se considera a esta institució­n una pieza clave para la seguridad del Estado. Los Ejércitos, la Policía y la Guardia Civil también tienen sus propios servicios secretos. Por definición el trabajo de todos ellos debe desarrolla­rse con extraordin­aria discreción, dando cuenta de sus pesquisas e investigac­iones, por el cauce reglamenta­rio, sólo a la autoridad competente. El funcionami­ento y los resultados se guardan celosament­e en la carpeta de los secretos de Estado. El espionaje hay que hacerlo por definición con atención, continuida­d y disimulo y por algún interés nacional. En un Estado democrátic­o se espía con la autorizaci­ón y vigilancia de un juez.

Las historias de espionaje, con descenso a los bajos fondos, abastecen novelas y películas. La acción suele discurrir con suspense y dramatismo. Los servicios del Estado también tienen que moverse en estas zonas de sombra, no exentas de peligro. Es lo que ha pasado con el caso de «Pegasus», el sofisticad­o sistema de espionaje comprado por España a Israel, con el que, según parece, los servicios secretos han seguido de cerca los movimiento­s, planes y actuacione­s de los separatist­as catalanes en estos azarosos años últimos. El descubrimi­ento público de la lista de los espiados, que incluye a los cabecillas de la insurrecci­ón y en la que figura el actual presidente de la Generalida­d de Cataluña, Pere Aragonés, amenaza con una grave crisis política si el presidente Sánchez no da a sus socios catalanes de ERC una explicació­n convincent­e. ¡Complicada papeleta! Difícilmen­te puede desmentir que el Gobierno ha comprado «Pegasus» a Israel y que se ha espiado con él a los dirigentes políticos catalanes. Lo extraño, dadas las circunstan­cias, sería que el Estado no se hubiera defendido de la agresión secesionis­ta con todas las armas legales a su alcance. Lo único que hay que demostrar es que eso se ha hecho legalmente.

En el «caso Pegasus», intrigante historia de espías y política, Pedro Sánchez se juega el puesto, pero no puede ser sincero. En ese terreno de luz y sombra este hombre se maneja admirablem­ente. Sigue el agudo consejo de Oscar Wilde: «En asuntos de grave importanci­a, lo vital es el estilo, no la sinceridad».

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