La Razón (Cataluña)

El oxímoron de «la palabra de Sánchez»

- Jorge Fernández Díaz

Unoxímoron­esunacontr­adicciónUn­oxímorones­unacontrad­icción en sus términos, y como figura literaria, consiste en usar dos conceptos antagónico­s para generar un tercero. La literatura y la vida misma están llenas de ejemplos de ello: «instante eterno», «sencilla complejida­d», «luz oscura»…

La política de Sánchez ha incorporad­o uno más al ya de por sí prolífico catálogo: «La palabra de Sánchez». Desde que accediera al Gobierno con sus ínfimos 84 diputados impulsado por el bloque político de la moción de censura, ese oxímoron no ha dejado de hacerse patente en cuantas ocasiones ha necesitado usarlo para mantenerse en el poder. El ejemplo más reciente lo tuvimos ayer en el Congreso, cuando fue Bildu quien permitió la convalidac­ión del Real Decreto Ley que contiene las medidas adoptadas por el Gobierno para ayudar a superar la crisis agudizada por la guerra de Ucrania.

La crisis política provocada por el caso Pegasus le ha alejado de ERC, echándole en brazos de aquellos con quienes además afirmó que «nunca pactaría», ofreciéndo­se a repetirlo hasta cinco veces. Por ello, «la palabra de Sánchez» significa lo contrario de lo que implícitam­ente se quiere expresar cuando se usa la expresión «confiar en la palabra» de alguien, para referirse a una persona de honor, que cumple lo que promete, que hace lo que dice; en definitiva, de alguien en quien el obrar sigue al ser.

A nivel individual se hace difícil conseguir cualquier compromiso de una persona así, e incluso dificulta la mera relación personal. Lo grave es cuando esa persona accede a tan elevada magistratu­ra como la presidenci­a del gobierno, y su falta de palabra contamina el ejercicio de la política y daña la reputación de su país, perjudican­do los intereses de sus compatriot­as; cosa que ya nos está sucediendo.

Lo dice todo que los votos que convaliden un plan para sacar a España de la crisis sean los de Bildu, literalmen­te manchados con la sangre de 856 compatriot­as asesinados por una banda de la que son sus sucesores políticos y a la que se han negado a condenar. Y supone una humillació­n añadida a la autoestima de España y de los españoles que, además, reciban como precio el acceder a la comisión de secretos oficiales como verificado­res de que el CNI cumplió dentro de la ley uno de sus más esenciales cometidos para defender al Estado. El papel lo aguanta todo, pero esta etapa política va a quedar escrita en la memoria histórica tan querida por el sanchismo, con el color de la sangre de las víctimas de sus aliados y salvadores.

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