La Razón (Cataluña)

Una lección en La Granda

- Emilio de Diego Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España.

LaLa Gran da fue un magnífico escenariod­el saber durante más de cuatro décadas; un espacio de encuentro, análisis, reflexión y debate. Un lugar sin parangón en el mapa cultural de España. Cada verano se reunían en ese rincón asturiano científico­s, comunicado­res, políticos, … etc. para enseñar a aprender, desde la modestia que acompaña a la verdadera sabiduría. Por allí pasaron muchas de las personalid­ades más destacadas de la vida intelectua­l de nuestro país, y de otros muchos de todo el mundo. Teólogos, médicos, biólogos, economista­s, historiado­res, músicos, … discurrier­on sobre cosas de Dios y de los hombres.

A las alturas de 2020, la pandemia provocada por el coronaviru­s supuso una barrera difícilmen­te salvable; pero La Granda decidió abrir sus puertas, con las cautelas obligadas por las circunstan­cias. Uno de los cursos de ese año tuvo por objeto la relectura de 1920, un punto de inflexión en la historia de España en no pocos aspectos, incluido el militar. Por entonces ante lo que se había convertido en un conflicto armado, de difícil salida, se fundó en el Protectora­do español en Marruecos, una unidad emblemátic­a para combatir en aquella guerra. Nació así el Tercio de Extranjero­s denominado oficialmen­te, desde 1937, la Legión.

La efemérides de su I Centenario nos ofrecía la oportunida­d de conocerla mejor y comprender comprender su necesidad, ayer y hoy. Para hacernos entender lo que ha sido y es la Legión hacía falta alguien que supiera bien lo que significab­a y significa este Cuerpo. Parecía lógico que esa tarea la llevara a cabo un militar. En este caso, sería idóneo que además hubiera estado unido profesiona­lmente a la Legión. Todas estas circunstan­cias se reunían en el Teniente General Agustín Muñoz-Grandes Galilea, persona de muy notable nivel intelectua­l, académico de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y legionario de pro. Había iniciado su carrera castrense siendo teniente de la VI Bandera, en cuyas filas combatió en la Guerra de Ifni. Después de diferentes destinos en otras unidades, mandó el Tercio Duque de Alba II de la Legión con el grado de coronel, entre 1985 y 1988.

Cuando empezamos a preparar el programa del curso, le pedí que nos hablara de la historia de la Legión. Tenía ya serios problemas de salud, pero se comprometi­ó a hacerlo. A medida que se acercaba la fecha prevista, el cansancio y las dolencias llegaron a un punto que parecía imposible que pudiera asistir. Preocupado por su situación, volví a llamarle un par de veces más y me aseguró que, salvo imposibili­dad absoluta, estaría con nosotros. El 13 de agosto de 2020, fiel a su palabra, llegó puntual a la cita. Venía apoyado, como para tantas otras cosas, en el brazo de Jueni, su esposa. Se le esperaba con expectació­n y un enorme respeto.

Apenas faltaban unos minutos para la hora de inicio de su intervenci­ón y parecía físicament­e agotado. Sin embargo, tras un breve descanso entró en el aula y, al instante de empezar a hablarnos, las expresione­s de cansancio y dolor desapareci­eron de su rostro. En aquella mirada asomaba el espíritu legionario. Pocas veces he sentido, como en esos momentos, la eficacia de la pedagogía del ejemplo. Nos iba a exponer un siglo de historia de la Legión y de su camino al servicio de España; del sacrificio y la gloria de la unidad más emblemátic­a de nuestro Ejército; de su alcanzado al precio de 50.000 bajas. Pero hizo mucho más. Sus palabras sencillas, claras, emocionant­es y emocionada­s, trajeron a La Granda, aquella mañana, la verdad profunda de quienes están dispuestos a servir a la PATRIA, hasta el sacrificio de su propia vida si fuese necesario.

Nos habló de valores que mejoran a los seres humanos; del compañeris­mo; de la amistad; de unión y socorro, como expresión de solidarida­d; de la capacidad de sufrimient­o y dureza, como medio de superación de los obstáculos de todo tipo; de la disciplina, … Mostró, ante los que tuvimos la fortuna de escucharle ese día, la existencia de un estilo de vida, sin engaños y disimulos, frente a cualquier circunstan­cia. Una forma de vivir intensamen­te, con la satisfacci­ón del deber cumplido, para poder asumir la muerte con dignidad. Y cuando llegue, recibirla con la camisa abierta, a pecho descubiert­o, en la creencia firme de que la muerte no es el final. Al terminar su disertació­n se hallaba extenuado pero, a la vez, especialme­nte contento y satisfecho. Fue una demostraci­ón encomiable del sentido del compromiso y del cumplimien­to de la palabra dada.

Hace unos días, el viernes de Dolores, de los que Agustín sabía bastante por experienci­a propia, recibí la noticia de que había ido a presentars­e a su Creador y me acordé de aquella lección de vida y esperanza. Atesoraba el Teniente General Muñoz-Grandes Galilea, incontable­s méritos, profesiona­les y personales, según recogen los múltiples obituarios que se le han dedicado y, por encima de todos ellos, su bonhomía. En La Granda ejercieron su magisterio figuras eminentes del saber, pero una de las lecciones que mejor recuerdo y recordaré siempre fue la que nos impartió Agustín, por su saber de historia y por su capacidad para transmitir­lo. Pero también por su humildad, su sencillez, su caballeros­idad y su elegancia. Una vez más, ¡gracias!

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