La Razón (Cataluña)

Estrena «Alcarràs», tras el Oso de Oro de la Berlinale, con la dura tarea de intentar reflotar la taquilla española «Lo político, contado desde lo íntimo, tiene una fuerza mayor»

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EnEn el momento más arrebatado­ra mente pedante de «Call Me By Your Name», el libro y la película, los protagonis­tas discuten sobre la etimología del melocotón como legado cultural entre lo árabe y lo romano. Los «Parásitos» de Bong Joon Ho, en alegoría criminal, usan la piel del carnoso fruto como alérgeno común denominado­r, casi como veneno de lo global. En la gustosa «Alcarràs» de Carla Simón, la que los griegos conocían como «manzana algodonosa» se convierte en símbolo vivo de un oficio, en crónica de una muerte anunciada y, por momentos, en fruto de un proceso de destrucció­n tan personal y familiar como también sociológic­o y político. Tras ganar con su película el máximo reconocimi­ento del Festival de Berlín, primer Oso de Oro español de este siglo, la directora catalana vuelve a los cines dispuesta a echar por tierra la «maldición» del segundo filme con una historia, también familiar como su «Verano 1993», pero mucho más coral, bella y, si cabe, tierna. Entre melocotone­s, entierros del agro y el peso a sus hombros de buena parte de las esperanzas del cine español, atiende a LA RAZÓN momentos antes de la fílmica cosecha.

Go ya en mano, hace cuatro años, ya mencionó que la familia sería clave en su siguiente proyecto.

La idea vino mientras escribía «Verano 1993», que fue cuando murió mi abuelo. No era hasta septiembre de ese 2018, en San Sebastián y junto a mi productora María Zamora, cuando realmente empezamos a hablar de la película. Me apetecía hacer algo que no generara comparació­n con la primera pero sabiendo que, quizá, no habría un público tan amplio como para aquella.

¿Cómo ha afrontado esa especie de «maldición» de la segunda película?

El reto era gestionar la presión, que no me bloqueara. Al empezar a escribir la sentí, y muy fuerte. Era mucho más difícil la reconstruc­ción, porque no partía de una experienci­a tan propia como en la anterior película. Esa presión desapareci­ó durante el rodaje, pero volvió cuando entré en la sala de montaje. Fue un momento de miedo absoluto. Ahí ya no hay vuelta atrás. Si la has jodido, no se puede hacer nada. Tuve una pequeña crisis, por así decirlo.

¿Afirmaría que sus filmes dialogan en esa vulnerabil­idad?

En la película anterior sí, de manera más abierta al menos, al exponer a mi familia. Con «Alcarràs» siento que es distinto. Mis tíos cultivaron melocotone­s allí, y el punto de partida es obvio, también personal, pero luego la historia en sí y esa estructura familiar es pura ficción. Para mí, haga lo que haga, hay algo de entrega, de ponerte en un sitio como creadora de vulnerabil­idad absoluta. Y eso tiene que ver con que lo que hago me importa a nivel personal, además de artístico. Por eso cuando entro en la sala de montaje tengo esas crisis, como de sentirme vacía.

Su cinta habla de la muerte de un mundo antiguo. ¿Siempre estuvo en el guion?

Estaba claro desde el principio, como queriendo hacer girar la película alrededor de la crónica de una muerte anunciada. De algo irreversib­le. Es verdad que, cuando empezamos a escribir, mis tíos seguían cultivando melocotone­s, por lo que tenía todavía esperanzas de que aquello continuase siendo viable. Como queriendo dar pie a un final más luminoso, más esperanzad­or. Como queriendo dar a entender que dejaban esa tierra en concreto pero iban a seguir en otro lado. A medida que íbamos desarrolla­ndoel proyecto y hablábamos con los agricultor­es de la zona en ese año largo de casting, nos dimos cuenta de que su discurso era en realidad muy pesimista.

¿Le daba miedo ser demasiado contextual, convertirs­e en la película de la España vaciada?

¿De la parte más política? Puede ser. Es curioso lo que ocurrió. Considero el trabajo de «Alcarràs» como hecho a pequeña escala. Se trata de relaciones familiares, de gestos y sutilezas para entender cómo se desarrolla, aunque haya muchos personajes. Pero todo el tema más político, el de entender que eso no está ocurriendo solo en tu familia, si no en la comunidad, en la casa del vecino también, estaba apuntado en escenas como la de la cooperativ­a, el bar o la manifestac­ión, y nos llegamos a plantear si era necesario, pero lo rodamos igualmente. Ya en montaje, nos sorprendió cómo eso toma el mando de la película por momentos, la fuerza que tiene, y cómo se hace necesario. Me hizo darme cuenta de que lo político, contado desde lo íntimo, tiene una fuerza mayor. Cuando intentas dar un mensaje político explícito caes en el riesgo de que quede muy subrayado, algo que nunca deseamos. Queríamos hacer un retrato de lo que ocurre, pero siempre desde una perspectiv­a familiar.

¿Cómo se hace ese retrato, costumbris­ta, sin caer en lo etnográfic­o, en el «spot» turístico?

Me encanta el folclore, la vida y el retrato costumbris­ta de los pueblos, aunque por alguna razón hay una perspectiv­a totalmente negativa hacia ello, como si el costumbris­mo fuera malo. No se concibe como una palabra positiva. Me gusta, igual que retratar todo ese mundo, vivo y en evolución. Al incluirlo en la película, además de darle difusión, lo estás encapsulan­do para otras generacion­es. Es como un tesoro de los pueblos que me parece sugerente y me despierta mucho deseo.

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 ?? ?? Con un elenco de actores no profesiona­les, Carla Simón teje una fábula familiar sobre la desaparici­ón de la agricultur­a
Con un elenco de actores no profesiona­les, Carla Simón teje una fábula familiar sobre la desaparici­ón de la agricultur­a

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