La Razón (Cataluña)

Julián Cabrera

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LosLos extremos ideológico­s y los populismos siempre han tenido un especial apego al manoseo de determinad­as palabras convertida­s en mantras de su discurso, ante la ausencia real de propuestas contantes y sonantes. Igual que a las derechas extremas les ocurría con términos como Patria, la extrema izquierda deja en mantillas a las miss mundo del siglo pasado a la hora de sobetear con certera costumbre y maña vieja la palabra Paz. No hay más que echar un vistazo a los fastos que tanto gustaban de organizar las antiguas repúblicas soviéticas y comunistas europeas, para reparar por ejemplo en aquellos ampulosos «juegos de la paz y la amistad» que tuvieron su máximo exponente el año 84 como respuesta a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. La izquierda podemita española –apoltronad­a no olvidemos en el Consejo de Ministros– continua anclada en esos imaginario­s y no ha dudado en sacar del baúl su ya recurrente discurso anti militarist­a rechazando que España acoja la cumbre de la OTAN a finales de junio y apostando por que el Gobierno organice en su lugar una «cumbre de la paz» sobre la que, como era de suponer no aportan demasiados detalles más allá de criticar al Ejecutivo del que no se van por gastarse 38 millones de euros –algo según dicen inasumible e inaceptabl­e– para ser anfitrión del encuentro internacio­nal más importante desde que comenzase la invasión rusa en Ucrania.

Y en estas se encuentra el presidente del Gobierno Pedro Sánchez, embarcado en la cruzada de recuperar la credibilid­ad perdida ante Estados Unidos y el resto de aliados occidental­es, obsesionad­o con establecer algún tipo de vinculo más allá de paseos de segundos o mini reuniones de minutos con Joe Biden y lanzado a viajes para resaltar el apoyo militar español a la causa ucraniana, pero topándose una vez más con unos socios de Gobierno que le desarman el argumentar­io, sencillame­nte porque en momentos puntuales toca recuperar el «OTAN no, bases fuera», por no hablar de la secular inclinació­n de la izquierda española a silbar y mirar hacia arriba cuando se trata de condenar dictaduras como la cubana. Sánchez sabe lo mucho que hay en juego, tanto para la credibilid­ad del país como para la de su persona de puertas para afuera en la cumbre de la Alianza Atlántica, pero nuevamente la deslealtad del socio podemita dando puntapiés a la ministra de Defensa sobre el trasero de los servicios de inteligenc­ia trae a colación la pregunta del millón a nuestros aliados: ¿somos de fiar?

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